sentí que me faltaba el calor de tus brazos.
Sentí el frío de no contar con ellos.
Un frío que enfría el alma.
Me creí libre de ti, Señor, y me encontré esclavo de mí mismo.
Sentí la soledad, aunque estaba con todos.
Sentí la tristeza, aunque todos se reían.
Sentí el vacío y todos parecían felices.
Hoy vuelvo a Ti, Padre de Bondad y Misericordia.
Necesito que tus brazos me estrechen.
Necesito que tu corazón me devuelva a la alegría.
Necesito que tu calor se lleve mi frío.
Necesito sentir que me llamas hijo/hija.
Necesito sentir el calor de tu abrazo.
Necesito sentir el silencio del no reproche.
Necesito sentir que me invitas a tu mesa.
Necesito sentir que me abres la puerta.
Necesito sentir que hoy me dices:
“Entra, esta es tu casa. Ponte cómodo y hagamos fiesta…”
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