viernes, 16 de agosto de 2024

La leyenda de La ciudad de la empatía 1@ parte

 


Hugo y Anita llevaban todo el día discutiendo: que si me tocaba a mi usar el catalejo, que si ahora te quedas sin ayudar al capitán con el mapa…
– Eres un mandón, Hugo -gritó Anita con lágrimas de rabia en los ojos.
– Y tú una llorica -respondió burlón su hermano.
Martina, la mamá de los niños, que lo estaba oyendo todo desde proa, corrió a poner paz en aquella pelea entre hermanos:
– ¡Chicos, dejad de pelear! ¿No os dais cuenta de que estáis todo el día igual? Gritando, ‘chinchando’ y mirando al otro a ver qué hace mal para luego echárselo en cara. Deberíais tener un poco de empatía.
– ¿ Em- pa- quéeee? –intentó repetir Anita sin éxito.
– Pues empatía, pequeñaja, ¿ves como no te enteras? -volvió a atacar Hugo.
Y antes de que su madre les recriminara, llegó Serafín, el capitán del barco, se plantó junto a ellos y puso esa cara de miedo que sólo él sabía poner: ceja derecha más alta, arruga de la frente hundida y requeté hundida y los labios apretados. Oh oh… señal de que iba a decir algo espeluznante.
– Ejem, ejem, -carraspeó el viejo lobo de mar- ¿Me ha parecido oír algo de Empatía? ¡Mirad! –y señaló a lo lejos, hacia un pequeño trozo de tierra que se adentraba en el mar- Allá tenemos nuestra próxima parada, en el puerto de la ciudad de la Empatía.
– Ah… –se atrevió a decir Anita- ¿Empatía es una ciudad?
– No, bueno, sí, y no –contestó Serafín -. La empatía es un valor, un don. Y también el nombre de la ciudad donde vamos a parar. Dice la leyenda… bueno, no sé si contárosla…
– Sí, sí -gritó Hugo entusiasmado. Le encantaban las historias extrañas.

La leyenda de La ciudad de la empatía
– Bueno, pues… cuenta la leyenda… –continuó Luis con voz misteriosa- que en esta ciudad todos sus habitantes se llevaban mal, muy mal. Terriblemente mal. Reinaba el egoísmo, la envidia, la avaricia… Hasta que… un día, sus habitantes probaron un fruto muy extraño, rojo y con pequeños lunares negros y azules. Los frutos de unos árboles que plantaba un sabio anciano del lugar. Él era el único que nunca discutía con los demás. Y el más feliz. Pero esto, chicos, es una leyenda. Y ya está.
Serafín dio media vuelta y se alejó sin dar más explicaciones.
Pero, ¿qué clase de leyenda era esa? Comieron de esos frutos, ¿y qué? ¿Se les puso la cara de color verde? ¿Les creció el pelo hasta los pies? ¿Les salieron antenas?
– ¿Tú has entendido algo, Hugo? -preguntó Anita a su hermano.
– Yo no. Aunque pienso averiguarlo. Y Hugo buscó en su mochila la lupa y la gorra de detective.
– Pues yo también voy a ‘averiguarlo’ -añadió su hermana.
Resultó que Empatía no era una ciudad, sino un pueblecito pesquero, muy vivo y alegre. Toda la gente era amable, muy atenta y servicial.
– Estaréis cansados -les dijo una señora según llegaron a la posada. Y cogió sus maletas para subirlas a la segunda planta.
– Muchas gracias, qué amable -dijo Serafín, el padre de los niños, muy sorprendido.
– Oye papá, ¿podemos dar una vuelta por el pueblo? -preguntó Hugo.
– Pero Hugo, no me gusta que salgáis solos por ahí -contestó Serafín.
– Déjelos, que este pueblo es muy tranquilo. Pueden estar seguros de que no les pasará nada. Y además, se ve que tienen unas ganas tremendas de investigar por el pueblo -dijo la señora con una enigmática sonrisa.
– Está bien -dijo Serafín- Pero no os vayáis muy lejos.
De aventuras por la ciudad de la empatía
Y así es como Hugo y Anita se pusieron a buscar los misteriosos frutos rojos de los que les había hablado su papá. Y buscaron, buscaron y buscaron.
Pero en las calles de Empatía sólo había árboles con forma de palmera, flores amarillas y blancas, matorrales y alguna zarzamora. Ningún frutal.
Y cuando ya estaban a punto de volverse, vieron una casita baja muy extraña. El tejado brillaba más que ninguno. Sus paredes blancas reflejaban la luz como si fuera un espejo. Las ventanas estaban construidas con conchas de todas las formas y colores. Junto a la casa, un árbol, pequeño, sencillo. De sus ramas colgaban pequeños frutos rojos salpicados de manchas negras y azules.
Los niños se miraron atónitos.
– ¡Lo encontramos! -dijeron al unísono. Se acercaron corriendo  y cogieron algunos de los frutos.
– ¿Nos los comemos? -preguntó un poco nerviosa Anita. A pesar de que era la pequeña, era la más sensata.
– Tú haz lo que quieras, pequeñaja, pero yo no me voy de aquí sin averiguar qué pasa en este pueblo- y diciendo esto, Hugo se comió uno de los frutos de un solo bocado.
Anita siguió a su hermano. Y para no ser menos, se comió dos.
– Pues yo no noto nada raro -dijo Hugo.
– Ni yo -dijo Anita.
– Serafín nos ha tomado el pelo -refunfuñó Hugo.
Los hermanos regresaron cabizbajos a casa. Enfadados y muy desilusionados. Sin embargo, antes de llegar, Hugo comenzó a notarse raro. También Anita. No les dolía la barriga, ni la cabeza. No veían borroso. Tampoco sentían mareos. Nada de eso. ¡Algo mucho peor!
Hugo comenzó a sentirse más pequeño, y miró a su hermana como si ella fuera mayor. Anita en cambio se sentía crecer, y a pesar de seguir midiendo su metro veinte, se sentía mayor, muy mayor. Tanto como si fuera su hermano Hugo.
Continuará…
y cogieron algunos de los frutos.
– ¿Nos los comemos? -preguntó un poco nerviosa Anita. A pesar de que era la pequeña, era la más sensata.
– Tú haz lo que quieras, pequeñaja, pero yo no me voy de aquí sin averiguar qué pasa en este pueblo- y diciendo esto, Hugo se comió uno de los frutos de un solo bocado.
Anita siguió a su hermano. Y para no ser menos, se comió dos.
– Pues yo no noto nada raro -dijo Hugo.
– Ni yo -dijo Anita.
– Serafín nos ha tomado el pelo -refunfuñó Hugo.
Los hermanos regresaron cabizbajos a casa. Enfadados y muy desilusionados. Sin embargo, antes de llegar, Hugo comenzó a notarse raro. También Anita. No les dolía la barriga, ni la cabeza. No veían borroso. Tampoco sentían mareos. Nada de eso. ¡Algo mucho peor!
Hugo comenzó a sentirse más pequeño, y miró a su hermana como si ella fuera mayor. Anita en cambio se sentía crecer, y a pesar de seguir midiendo su metro veinte, se sentía mayor, muy mayor. Tanto como si fuera su hermano Hugo.
Continuará…

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