sábado, 23 de agosto de 2025

Construyendo una madriguera

            Antena Misionera

En el rincón más tranquilo del bosque vivía un erizo llamado Luno. Tenía una madriguera pequeña, hecha con hojas secas y ramitas que él mismo había acomodado con paciencia. No era el más rápido ni el más fuerte, pero sí el más dedicado: cuidaba su espacio con amor y cada día salía a buscar bayas, cortezas y flores secas para decorar su hogar.
Una noche, sin aviso, el cielo cambió. Las nubes se volvieron pesadas, el viento rugió con fuerza y una tormenta arrasó con todo a su paso. Cuando el sol volvió a salir, Luno encontró su madriguera destruida. No quedaba nada. Solo barro, ramas partidas… y silencio.
— Lo siento, Luno -dijo una liebre que pasaba cerca-. Si quieres, puedes quedarte en mi cueva un tiempo.
— Gracias, pero voy a empezar de nuevo -respondió Luno, con la voz bajita pero firme.
Durante los días siguientes, mientras algunos animales le ofrecían consuelo, Luno trabajaba en silencio. Buscaba hojas nuevas, limpiaba la tierra mojada, arrastraba ramas fuertes. A veces se detenía, cansado. Otras, se le humedecían los ojos al recordar lo que había perdido. Pero siempre se levantaba otra vez.
— ¿No te da tristeza volver a empezar? -le preguntó un zorro curioso.
— Sí -respondió Luno-. Pero también me da esperanza.
Pasaron semanas. Y donde antes había ruinas, volvió a crecer un hogar. Más sencillo, más fuerte, más lleno de luz. No era el mismo de antes, pero tenía algo nuevo: cicatrices que hablaban de esfuerzo… y una fuerza interior que no se veía a simple vista.
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Ser resiliente no es evitar que las tormentas lleguen. Es seguir de pie cuando pasan. Es reconstruir con lo que queda, aunque duela, aunque cueste.
La resiliencia no se grita, no se presume. Se vive en silencio, en cada intento, en cada nuevo comienzo. Y a veces, lo más valioso no es volver a tener lo que perdiste… sino descubrir de lo que eres capaz cuando todo parece perdido.

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