sábado, 31 de octubre de 2020

La falsa santidad

En un convento de Roma vivía una monja que gozaba de fama de santidad. Corría la voz entre el pueblo que la religiosa se hallaba llena de dones celestes y que podía conocer el futuro de las personas y hasta obrar milagros.
Cuando el Papa supo de todo esto, mandó al Padre Felipe para que se entrevistase con la religiosa y luego le comentase cuál era su parecer al respecto, cosa que hizo de inmediato.
Yendo de camino se topó con una de esas tormentas que suelen darse en Roma y que en menos de media hora lo dejan a uno mojado de pies a cabeza. Así, completamente embarrado, llegó el Padre al convento de las religiosas donde pidió hablar con la hermana en cuestión
– Estimado Padre: ¿en qué puedo servirlo? –dijo la religiosa haciendo una reverencia.
El santo, que estaba cómodamente echado en un sofá, sin siquiera ponerse de pie para devolver el saludo, extendió su pie diciendo:
– Antes que nada, Reverenda madre, le ruego que me quite estos zapatos mojados y llenos de barro; una vez que estén limpios, venga aquí y conversaremos.
La monja, horrorizada por las palabras del sacerdote, le dijo:
– ¡Me maravillo cómo usted se atreve a hablarme de una manera semejante! ¡Soy una religiosa! ¿No se da cuenta que no estoy para estas cosas?
Felipe calló amargamente; se levantó y se dirigió hacia la puerta.
– ¿Para qué me buscaba usted? –continuaba diciendo.
– Disculpe, me he equivocado –respondió el santo mientras salía del claustro.
Ya de nuevo en el Vaticano, fue hasta el Santo Padre y le dijo:
– Beatísimo Padre, aquella monja ciertamente no es santa y tampoco hace milagros, porque le falta una virtud fundamental: la humildad. Le he pedido una pequeña prueba y no ha sido capaz de sortearla.

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