Érase una vez una chica con sobrepeso que enamoró perdidamente a un muchacho atlético y atractivo. En la intimidad de sus hogares y en escapadas furtivas, se entregaban a una pasión desenfrenada.
Sin embargo, durante un año entero, él nunca la llevó a pasear al parque, a una cena romántica o siquiera al cine.Ella sufría al escucharlo negarla frente a sus amigos, pero cedía ante sus dulces palabras de amor, sus caricias y sus besos que acallaban sus lágrimas y reclamos.
Hasta que un día, cansada de la situación, la chica decidió poner fin a la relación y se marchó sin mirar atrás. Durante seis angustiosos meses, ambos ahogaban su dolor en lágrimas nocturnas y buscaban consuelo en otros brazos, pero nada lograba llenar el vacío en sus corazones.
Desesperado, el chico reunió a sus amigos y les confesó su profundo amor por ella, una mujer excepcional aunque imperfecta a los ojos de los demás.
Para su sorpresa, ellos le aconsejaron que ignorara las opiniones ajenas y luchara por su amor. Sin perder un segundo, condujo hasta la casa donde vívía su amada, pero al tocar la puerta se encontró con una mujer transformada: esbelta, arreglada, más hermosa que nunca. Entre lágrimas, se arrodilló implorando su perdón.
Pero ella, con serenidad, le explicó: «Mientras me alejé creyendo no ser suficiente para ti, encontré a alguien que, en lugar de criticarme, me enseñó a cuidar de mí misma y me apoyó incondicionalmente en mi cambio.
Ahora tengo a mi lado un hombre íntegro que supo ver lo mejor de mí. Te deseo lo mejor.» Y con esas palabras, cerró la puerta, dejándolo sumido en el mismo sufrimiento que ella padeció por tanto tiempo.
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