domingo, 30 de abril de 2017

Una canción sin ocaso

Antonio López Baeza

Cantemos al que hace entre nosotros
mucho más de lo que jamás pudimos soñar.
Al que ha alcanzado la cumbre de la vida
con su gran amor que lo condujo a lo más hondo de la muerte.
El Señor grita su eterna victoria
y descorre el velo que nos separaba de la mesa de la justicia universal.
Ha cumplido su promesa de estar con los que luchan
a favor del abrazo que florece en canciones.
y hasta el rincón más oscuro de la tierra
ha sido iluminado por la gloria del Resucitado.
¡Cantemos la canción del amor que no muere,
habitantes de este mundo que tantas veces crucificara el amor!
¡Dancemos, forjando con nuestros brazos en alto
la enramada de la amistad que embellece e ilumina
horizontes que fueran de temor y desesperanza!
¡Resuenen los himnos de la fiesta única,
derribados, ya para siempre, los muros y fronteras
que levantara el miedo, la ambición y el olvido!
¡Que cada vida sea en sí misma una canción sin ocaso;
y cada cuerpo, al fin, un instrumento afinado de armonías inéditas!
¡Que se sumen a nuestra fiesta el mar y los ríos;
los bosques, prados y montañas:
porque también a ellos alcanza la gloria del Amor Resucitado!
Cristo, el Señor, es la nueva y definitiva fuente de vida
que sacia con su abundancia nuestro anhelo de ser para siempre
en un abrazo sin solución de tiempo, de espacio o de tristeza.

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