Israel Gajete
Cuentan que un día, hace miles de años, una
bellota lloró durante semanas bajo un roble anciano. Éste compadeciéndose al
fin de ella, le preguntó:
- ¿Qué te atormenta hermosa bellota? ¿Cuál es
el motivo de tu aflicción?
La bellota contuvo su llanto, sorprendida
porque aquel enorme árbol le hubiese llamado hermosa a ella, minúscula y
ridícula... No, ni aunque un bosque entero la hubiera llamado hermosa, hubiera
creído serlo.
- ¿Cómo puedes llamarme hermosa, a mí, que soy
tan pequeña que apenas alcanzo a percibir la luz del sol que tapan tus ramas?
- Creo que eres hermosa. Y me entristece que
pienses que la belleza sólo se encuentra en el tamaño. ¿Tendría que llorar yo
entonces contemplando la montaña? Y ya que has contestado a mi pregunta con
otra, permíteme interrogarte de nuevo: ¿Acaso el lirio es menos bello que el
río? ¿Crees que el estruendo de la tormenta es más hermoso que el canto del
ruiseñor? La belleza se encuentra en el corazón que aprecia aquello que le rodea,
indistintamente de su tamaño. Tú serás tan hermosa a mis ojos como yo quiera
verte.
- Pero aun así, aunque de verdad fuera
bella... ¿De qué me sirve? No valgo para nada. Dime tú, sabio roble, ¿Para qué
disfrutar del viento y la luz cuando vivía en tus ramas, si ahora estoy en el
suelo cubierta de un polvo que apenas me permite ver? Cuando caí con mis
hermanas al menos disfrutaba de su compañía, pero vinieron los cerdos y se las
comieron, esparciendo sus cáscaras alrededor de mí.
- Hija mía ¿Ni siquiera te sientes
privilegiada por ello? ¿No te acuerdas cuando te acunaba en las noches serenas
y te protegía con mis hojas de la lluvia...? Yo sabía que tú eras especial,
única. Te he cuidado y te he mimado porque dentro de ti se encuentra la luz
fecunda que ahora desconoces. Eres mi predilecta desde que te vi nacer.
- No lo entiendo. No sé de qué me hablas.
¿Por qué he de ser especial? Mírame bien, soy una bellota menuda, rota,
amarga... ¿aun así dices que soy bella y especial? La tierra intenta tirar de
mí, y no sé por qué aún me resisto. ¿Cuál es la razón de mi existencia? Soy muy
joven pero ya me siento morir. Todo lo que me rodea son motivos de desánimo, no
encuentro razones para ser feliz. No puedo ser feliz.
- Querida bellota, te resistes inútilmente a
tu destino. Te esfuerzas en vano. Cuantas más energías destines a permanecer
fuera de la tierra, antes morirás.
- ¿Y así intentas consolarme? Desde siempre
te he admirado, tú que eres grande y robusto... incluso te he envidiado. Pero
con el tiempo me he conformado con ser lo que soy. Un apéndice de ti, un
trocito de madera que arrojaste al suelo para ser devorado por los animales. No
he pretendido ser más que eso. Ahora veo que mi vida carece de sentido. Para
morir así, hubiese preferido no vivir. Esa es la causa de mi llanto sabio
roble.
- Ha llegado la hora de contarte tu gran
secreto. En realidad no eres un apéndice de mí, un estorbo inútil en mis ramas,
ni tampoco comida para los animales. Eres un roble, disfrazado con la pequeñez
que hace humilde al bueno y soberbio al que se deja llevar por el mal. Pero
para convertirte en un roble como yo, debes morir primero. En tu alma llevas la
impronta de mi ser, la potencialidad que te convertirá en árbol. Te pudrirás y
el roble que llevas en tu interior te desgarrará la piel, dividirá tu corazón
de semilla. La transformación es dolorosa. Pero te aseguro que es la única
puerta a la felicidad. No creas que ese dolor es gratuito.
En ese momento la semilla se inundó de una
paz y una alegría intensa. Su lamento se trocó en canto de esperanza, y dejó
que la madre tierra, poco a poco, la acogiera en su seno, soñando con
convertirse en un hermoso roble.
Pasaron los años, y el roble joven disfrutaba
de la incipiente primavera. Una pequeña oruga trepó trabajosamente por su tronco
y se detuvo en una rama. Comenzó a expulsar seda por su boca y a encerrarse en
una crisálida. Con voz triste y cortes dijo:
- Permíteme que me aloje aquí, serán sólo
unos días. Creo que se acerca el fin del mundo. Me parece que voy a morir
pronto. No te preocupes por la seda, el viento la arrancará cuando yo sólo sea
polvo.
Apenas transcurrida una hora, la oruga rompió
a llorar.
- Hermosa oruga -dijo el joven árbol- ¿Por
qué lloras?
- ¿Hermosa dices? Déjame en paz; ¿Y no te he
dicho que voy a morir? ¿No te basta así que además tienes que atormentarme con
tu ironía? Ya llega el fin del mundo...
El velo de la noche lo cubrió todo. La oruga,
cansada de llorar se durmió. El árbol inclinó su rama, protegiéndola del
viento, y susurrando murmuró:
- Querida oruga, aquello que tú llamas el fin
del mundo, el resto del mundo lo llamará... MARIPOSA.
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