viernes, 10 de mayo de 2019

Las rosas azules


              María Rosa Leoni

Esa mañana se levantó malhumorado, como casi todos los días, no quiso desayunar, se alejó de la casa refunfuñando, llegó hasta los álamos que siempre le servían de refugio cuando su humor se le escapaba de las manos.
Desde que la hija joven murió, él se volvió un hombre huraño. Se fue alejando de la familia y de los pocos amigos que tenía. Ahí estaba, triste, con esa tristeza que solo puede tener un padre cuando la muerte le arrebata el ser más preciado que es un hijo.
Lloraba en silencio, junto a los sauces, no dejaba ver su dolor, pensaría tal vez que su hombría se vería reducida. ¡Cuan equivocado estaba!
En casa su mujer y los otros hijos sufrían igual que él o quizás más, ya que al dolor de la pérdida se sumaba la angustia de ver al esposo y al padre que no lloraba delante de ellos, pero llevaba su dolor con una depresión que lo estaba acabando.
Ahí estaba sentado en el viejo tronco que hacía años había caído, donde solía sentarse con Sol, así se llamaba ella, en las tardes de otoño cuando el calor ya se marchaba y las hojas de los árboles caían, ella con sus hermanos chapoteaban las hojas secas haciéndolas sonar con ese sonido tan particular.
El silencio era muy grande, era otoño, las hojas estaban en la tierra nuevamente, no había viento; de pronto las hojas comenzaron a crujir, giró su cabeza y no vio a nadie, pensó en algún perro que le había seguido. Volvió a cogerse la cara con las manos, y otra vez el ruido, ahora acompañado por una música celestial; miró hacia el lugar de donde provenían y una luz celeste iluminó el lugar, allí estaba ella, Sol había regresado y lo llamaba con su manita, agitándola suavemente.
Quedó paralizado, no podía creer lo que estaba viendo, estiró sus manos y Sol las alcanzó, un escalofrío corrió por su cuerpo. La miró a los ojos, ¡esos ojos azules que tanto extrañaba!
Ella no hablaba, con la mirada le transmitió la paz que necesitaba, que lo quería ver bien, que ella estaba en paz, que se lo transmitiera a los hermanos y a la mamá, para que le permitan elevarse y encontrar la luz tan anhelada, pues mientras ellos siguieran con tanta tristeza le sería imposible encontrar el camino. Le entregó una flor azul y se marchó.
Una inmensa paz sintió en su corazón, corrió hasta su casa para contar lo sucedido, a medida que avanzaba la flor se multiplicaba, cuando llegó ya era un hermoso ramo de rosas azules, que según cuentan los que cuentan “nunca se marchitaron y aun hoy después de tanto tiempo puede verse en el jarrón en la casa del campo, de los abuelos”.

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