Había
una vez un ratoncito que vivía cerca de la guarida de un león muy fiero. Un
día, sin querer, lo despertó mientras éste dormía.
El
león lo atrapó y rápidamente se lo metió en la boca, para comérselo. El ratoncito
aterrorizado, le dijo:
-
¡Se lo suplico, majestad, no me devore, si me deja ir le estaré eternamente
agradecido, se lo juro; además ayudar a los demás, aunque sean pequeños e
indefensos como yo, dará gozo a su corazón!
-
Escucha, escucha…., rugió divertido el león, ¿Quizá me quieras ayudar a cazar o
prefieres rugir en vez de mí?
El
ratoncito confundido balbuceó:- En verdad, majestad, yo…
El
león exclamó:- ¡Está bien! ¡Eres un ratoncito afortunado, hoy me siento
generoso, y te dejaré en libertad!
Pasaron
días, semanas y meses, pasó un día y otro, y un buen día aparecieron cazadores
en el bosque, que querían capturar a un león. Para eso pusieron trampas por
aquí y por allá.
El
león cayó en una trampa y se encontró prisionero en una espesa y resistente
red. Intentaba con todas sus fuerzas liberarse, y romper la red que lo tenía
atrapado, pero su esfuerzo fue inútil. ¡Oh, pobre de mí!, se decía, ¡no puedo
escapar!
Al
fin, exhausto, se resignó a su destino, rugiendo de dolor y desesperación. En
aquel momento escuchó una vocecita que le decía:
-
¡Majestad, veo que está en dificultades! ¡Quizás pueda ayudarle! ¡Roeré la
cuerda que lo tiene atrapado hasta que logre liberarlo!
El
ratoncito trabajó velozmente, roe que te roe, hasta hacer hilachas las fuertes
cuerdas de la red y, al poco rato, el león estaba de nuevo libre.
Entonces,
conmovido el león, agradeció a su amigo y le dijo:
- ¡Me alegra tener un amigo como tú, que ha venido a ayudarme cuando lo necesité!
- ¡Me alegra tener un amigo como tú, que ha venido a ayudarme cuando lo necesité!
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