Del libro “El Silencio del Alma”
En
el jardín de un pequeño pueblecito, había una vez una flor. Era la flor más
bonita de todo el parque, aunque durante los últimos siete años hubiera perdido
parte de su esplendor, pues el jardinero se había olvidado de ella y no la
cuidaba como necesitaba. No la regaba, no la abonaba y lo que era peor, no le
daba su cariño y la flor ya no parecía la misma de antaño. Ella se sentía muy
triste y abandonada, ningún pájaro iba ya a jugar con ella, pues ninguno se sentía
atraído por su color ni por su aroma.
Pero
un día de primavera una mariposa blanca volaba casualmente por allí y se posó
en la flor. Estaba un poco perdida y necesitaba tomar fuerzas para volver a
casa. La flor se sentía tan feliz al ver a la mariposa a su lado que se abrió
todo lo que pudo y enseñó sus más bellos colores y su más preciado olor. Hacía
tiempo que no mostraba lo mejor de sí misma y al hacerlo se sentía bien. La
mariposa que casi no había reparado en la flor, poco a poco se fue dando cuenta
de lo bella que era y de cómo le cuidaba con su aroma. Entre ambas surgió una
atracción instantánea y tanto la mariposa blanca como la flor intentaban dar a la
otra lo mejor de sí mismas.
La
mariposa tuvo que regresar a su casa pero prometió volver al día siguiente.
Así, día tras día, entre ambas surgió un amor que pocos podían comprender.
-
“Mariposa, tú no puedes enamorarte de una flor, es una planta. Además fíjate
cuántas más flores hay, ella es sólo una más”.
-
“No es una más, es mi flor, la más bella para mí, ella es con la que quiero
estar todos los días de mi vida”.
-
“Flor ¿cómo se te ocurre enamorarte de una mariposa? Fíjate en su belleza y en
la gracia de su vuelo. Tú para ella sólo eres una flor más”.
-
“Me da igual, sólo saco lo mejor de mí cuando está ella. Únicamente ella me
hace sentir la más bella flor del jardín”.
Una
mañana nublada, Pilar la pintora, llegó hasta el jardín con intención de pintar
un cuadro. “Es una pena el día que ha salido hoy, nublado, qué poca luz y color
hay, todas las flores están cerradas”.
Pero
en ese momento vio a la mariposa blanca revoloteando alrededor de una bella
flor. No podía creer lo que veía, la escena irradiaba luz y color. La mariposa
abriendo y cerrando sus alas blancas jugaba con una flor resplandeciente de
color y orgullosa de su esplendor. El amor que sentían ambas era como un oasis
de luz y color en el gris jardín.
La
escena era tan preciosa que rápidamente la pintora se dispuso al trabajo. Se
sentó y dejó que sus pinturas reflejasen lo que estaba viendo. Y sin que se
diera cuenta del tiempo transcurrido, había acabado el cuadro. Había estado en trance,
era como si el cuadro se hubiera pintado solo, como si la belleza de la escena
la hubiera utilizado a ella para inmortalizarse.
No
se sabe si la mariposa dejó a su familia y se fue con la flor. No se sabe si con
el tiempo la flor se marchitó o si el frío invierno acabó con la mariposa
blanca. Lo que sí sabemos es que el instante de amor de aquella tarde quedó
reflejado en el cuadro para siempre. Un instante de amor perfecto, un instante en
el que mariposa y flor fueron UNO para siempre, un instante llamado Eternidad.
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