sábado, 2 de julio de 2022

Esto, también pasará

Había un rey que alguna vez les dijo a los sabios de la corte:
- Tengo un anillo con uno de los mejores diamantes de la tierra y quisiera esconder un mensaje en su interior que pueda ser útil en una situación de extrema desesperación. Este anillo, se lo daré a mis herederos y quiero que les sirva fielmente. Pensad –les dijo a los sabios- qué tipo de mensaje debe contener. Debe ser muy corto para que quepa en el anillo
Los sabios sabían escribir tratados, pero no sabían expresarse con brevedad. Pensaron y pensaron, pero nada se les ocurrió.
El rey se quejó por el fracaso del proyecto con un viejo y fiel servidor que lo había criado desde la infancia y que era ya parte de su familia. El anciano le dijo:
- No soy sabio, no tengo educación, pero yo conozco ese mensaje. Durante los muchos años que he pasado en el palacio, he conocido a mucha gente. En una ocasión serví a un místico que había sido invitado al palacio por tu padre. Él me dio un mensaje y me dijo: Te pido que no lo leas ahora. Guárdalo debajo de la piedra y ábrelo solamente cuando no encuentres ninguna salida.
El rey escuchó con atención al anciano. Decidió poner el mensaje en el anillo.
Después de un cierto tiempo, los enemigos atacaron al país y el rey perdió la guerra. Éste, escapó en su caballo mientras los enemigos lo perseguían. Se encontraba solo, sus enemigos eran muchos. Cabalgó hasta el final del camino en donde se encontró con un enorme y profundo precipicio, si caía sería su final. No podía volver, pues los enemigos se acercaban. Podía ya escuchar el galopar de sus caballos, no tenía salida. Se encontraba totalmente desesperado.
En ese momento recordó el anillo. Lo abrió y encontró la siguiente inscripción: ¡Esto, también pasará!
Después de leer el mensaje, sintió que todo se acallaba. Aparentemente quienes lo perseguían se perdieron en el camino. Los caballos dejaron de escucharse.
El rey se sintió lleno de agradecimiento hacia el anciano y el místico. Las palabras fueron muy poderosas. Cerró el anillo y emprendió su camino. Juntó a su ejército y regresó a su reino.
El día que regresó al palacio, le habían preparado una magnífica celebración, un gran festín para todos los que amaban al rey. El rey estaba orgulloso y feliz.
El viejo sirviente se le acercó y le susurró:
- ¡También en este momento, debes mirar el mensaje!
- ¡Ahora he conseguido la victoria, dijo el rey, la gente está celebrando mi regreso, no estoy desesperado ni en una situación sin salida!
Nuevamente sintió que un silencio caía sobre de él, a pesar de estar rodeado de mucha gente bailando ruidosamente. Su orgullo se disolvió. Entendió el mensaje. Era un hombre sabio.
Después el anciano le dijo al rey:
- Recuerda todo lo que ha sucedido. Ninguna cosa, y ningún sentimiento es permanente. Así como la noche se convierte en día, así los momentos de dicha y desesperación se sustituyen unos por otros. Acéptalos como la naturaleza de las cosas, como parte de la vida.

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