jueves, 31 de agosto de 2023

El Pino

        Noemí Weller

Éste era un pino que había nacido en medio de un bosque. Mirando a los otros árboles de espeso follaje y comparando sus hojas picudas y cortantes, se lamentaba:
– Todos mis compañeros tienen hermosas hojas carnosas y tiernas. Las mías son duras, tiesas y picudas. Sólo por causarles envidia -decía- quisiera yo que mis hojas fueran de oro.
A la mañana siguiente, cuando amaneció, se quedó maravillado. Las hojas de oro que deseaba adornaban sus ramas. Qué contento se sentía. Los árboles de los alrededores comentaban entre sí:
– ¡El pinito se ha vuelto de oro!
Y un ladrón que pasaba en esos momentos por el bosque dijo al oírlos:
– ¡Un pino de oro! Pues será mío.
Como temía ser visto a la luz del día, volvió por la noche con un saco y arrancó todas las hojas de oro sin dejar una sola. Las guardó en su saco y se fue. Al día siguiente, cuando amaneció, el pinito se vio desnudo de hojas y se puso a llorar:
– ¡Ya no quiero hojas de oro porque vienen los ladrones y se las llevan todas! Mejor las quisiera de cristal, porque el cristal brilla también y no es codiciado como el oro.
Al día siguiente, cuando amaneció, se vio cubierto con las hojas que deseaba. Muy contento se dijo en voz baja:
– En lugar de hojas de oro, tengo hojas de cristal, así nadie me molestará.
Y todos los vecinos lo miraban y decían:
– ¡El pinito se ha vuelto de cristal!
Por la noche se desencadenó la tempestad; sopló el viento con violencia y a pesar de las súplicas del árbolito, le rompió todas sus hojas de cristal. Cuando a la mañana siguiente el pinito se dio cuenta completa del desastre, volvió a llorar como la víspera:
– ¡Ay! ¡qué desgraciado soy! ¡Otra vez estoy desnudo! ¡Me robaron mis hojas de oro, me rompieron mis hojas de vidrio! ¡Qué desgraciado soy! Mejor quisiera tener hojas carnosas, verdes y tiernas como todos los árboles del alrededor.
A la mañana siguiente, cuando salió el sol, se vio adornado con las hojas que deseaba.
– ¡Qué contento estoy! Nadie me molestará .
– ¡El pinito está igual que nosotros!, decían los árboles vecinos
Al poco rato llegó una hermosa cabra con sus cabritillos y, viendo al pinito tan grande y apetitoso, llamó a sus pequeños y les dijo:
– ¡Venid, hijos míos, que he encontrado algo bueno!
Y entre la cabra y los cabritillos en un momento dejaron pelado al pobre arbolito. Al día siguiente, cuando amaneció, viéndose desnudo por tercera vez volvió a llorar como un chiquillo:
– ¡Qué triste estoy, ya estoy desnudo otra vez! Me han robado mis hojas de oro; me rompieron mis hojas de vidrio, y se comieron mis hojas verdes y tiernas ¡Qué triste estoy! Mejor quisiera tener mis hojas picudas y cortantes que a nadie se le antojan.
Cuando amaneció, los deseos del pinito se vieron cumplidos nuevamente. Mirando sus viejas hojas duras y cortantes se sintió feliz y satisfecho. Y los árboles vecinos, oyéndolo cuchichear, se dijeron en voz baja:
– El pinito ya está como antes, como debe ser un pino de su familia: Sin disfraces.

No hay comentarios:

Publicar un comentario