martes, 20 de junio de 2017

El inquisidor y el hereje

Un famoso inquisidor murió de repente al llegar a su casa tras el auto de fe en que habían quemado a un hereje condenado por él. Y cuentan que ambos llegaron a la vez al juicio de Dios y se presentaron, como todos los hombres, ante el Tribunal Celestial. 
Dios comenzó su juicio preguntando a los dos qué pensaban de él. Comenzó el hereje un complicado discurso exponiendo sus teorías sobre Dios, precisamente las mismas por las que en la tierra había sido condenado. Dios le escuchaba con asombro, y por más preguntas que hacía y más precisiones con las que el hereje respondía, seguía Dios sin entender nada.
Habló después, lleno de orgullo, el inquisidor. Desplegó ante Dios su engranaje de ortodoxia, el mismo cuya aceptación había exigido al hereje y por cuya negación le había llevado a la hoguera. Y descubrió, con asombro, que Dios seguía sin entender una palabra y que, por segunda vez, no se reconocía a sí mismo en la figura de Dios que el ortodoxísimo inquisidor le presentaba.
¿Cuál de los dos era el hereje?, se preguntaba Dios. Y no lograba descubrirlo. Porque los dos no sabía si le parecían herejes, si dementes o simples charlatanes. Como la noche caía y cuantas más explicaciones daban el uno y el otro más claro quedaba que Dios no era eso y más confusa la respectiva condición de hereje o de inquisidor en cada uno, acudió Dios al supremo recurso: Encargó a sus ángeles que extrajeran el corazón de los dos y que se los trajeran. Y entonces fue cuando se descubrió que ninguno de los dos tenía corazón.

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