martes, 17 de abril de 2018

La lágrima de la novia

Se habían querido mucho. Llevaban varios años de noviazgo en los que el cariño y el conocimiento mutuo los había hecho crecer. Ya pensaban seriamente en una fecha próxima para su matrimonio. Dios había sido testigo de todo lo que había pasado entre ellos en estos años, perdonando sus equivocaciones y bendiciendo sus aciertos.
Pero un día sufrió él un accidente y murió dejando en el dolor y en la más absoluta incomprensión por lo sucedido a su novia. Las palabras de consuelo que recibía apenas si le sonaban a ejercicio de buena voluntad por parte de aquellos que, al igual que ella, no podían comprender el actuar misterioso del Señor.
Mientras tanto, el joven había tenido que presentarse ante el trono de Dios. Sabía que llegaba con deudas. Pero sabía también que Papá Dios es misericordioso y que tendría que darle alguna posibilidad de saldarlas para poder ser admitido en su casa. Cuando miró la balanza de la justicia divina, vio que el platillo de sus deudas tiraba fuertemente para abajo, inclinando el fiel para el lado peligroso.
¿Con qué podría equilibrar aquel peso? ¿Qué podría colocar sobre el otro platillo, a fin de que el saldo fuera positivo?
Papá Dios le dijo que le daba la oportunidad de regresar a la Tierra a fin de buscar entre sus cosas aquello que considerara más valioso y lo trajera a su presencia para ser colocado en la balanza.
Regresó volando a la Tierra y en un santiamén reunió todas las riquezas que poseyera, y cargado con ellas retornó al cielo. Pero al echar sobre el platillo todo aquello que había traído se dio cuenta de que no servía para nada y que ni siquiera movía la balanza.
Nuevamente rehizo el caminó a la Tierra y amontonó toda la sabiduría adquirida en sus años de estudios universitarios. Llegado delante de la balanza divina descargó lo que traía y apenas si consiguió que el fiel tomara en serio esta riqueza.
Por tercera vez volvió a la Tierra y se dedicó a reunir las cosas que le habían dado placer, prestigio, fama, fuerza, honores. Fue un cargamento de lo más heterogéneo que se pueda imaginar el de todas aquellas cosas por las que los vivientes se desviven durante su existencia terrena. Pero fue inútil. La balanza ni siquiera se dio por enterada de que se había puesto sobre el platillo de lo positivo aquel conjunto de valores humanos.
Mientras todo esto sucedía allá delante de Papá Dios, la novia se encontraba sola en su habitación, delante de un crucifijo, desahogando su dolor. Terminado su rezo, se fue a acostar sin encontrar consuelo para su enorme pena. Un pensamiento vino a golpear su corazón. Que quizá podía ofrecerlo a Dios por su ser querido, que se encontraría delante del trono de la justicia divina. Y en gesto de entrega total, le dijo a Dios que lo único que le quedaba era su dolor y que se lo ofrecía por todo aquello que su novio estuviera debiendo. Y diciendo esto se quedó dormida, mientras una lágrima quedaba detenida en su mejilla.
Mientras tanto, el novio, desesperado por no conseguir nada de valor que pudiera ser puesto en la balanza, decidió pedir ayuda a quien más lo había querido en la Tierra. Cuando llegó junto a su cama, la encontró dormida. No quiso despertarla. Pero recogió en la palma de su mano aquella lágrima, que le pareció pesar más que el mundo entero, y la llevó hasta Dios. Cuando la puso sobre el platillo, vio cómo éste se inclinaba violentamente tirando por los aires todas sus deudas y haciéndolas desaparecer.
Había encontrado algo realmente valioso con lo que pagar cuanto debía.

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