En cierta ocasión unos niños paseaban por
el bosque cuando descubrieron una línea de ferrocarril abandonada. Uno de los
niños saltó a uno de los raíles y trató de caminar por él. Después de unos cuantos
pasos, perdió el equilibrio. Otro trató de hacer lo mismo, y también se cayó.
Los demás se rieron.
- Apuesto a que vosotros tampoco podéis,
les dijo a los demás uno de los que había hecho el intento. Uno por uno los demás
niños lo intentaron pero todos fallaron. Hasta el más habilidoso del grupo no
pudo dar más de una docena de pasos antes de caer fuera del rail.
Entonces dos niños comenzaron a hablarse
al oído y uno de ellos lanzó el siguiente desafío:
- Yo puedo caminar todo lo que quiera por
el raíl, y él también, les dijo señalando a su compañero.
- No, tú tampoco puedes, le dijeron los
demás.
- ¡Apuesto un dulce a cada uno que sí puedo!,
les respondió.
Los demás aceptaron.
Entonces los niños subieron cada uno a un
raíl, extendieron un brazo, se agarraron fuertemente de las manos y empezaron a
caminar por toda la vía.
Individualmente no hubieran podido hacerlo,
pero estando unidos les resultó fácil superar el reto.
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