Hubo una vez
una hermosa y resplandeciente nubecilla blanca que disfrutaba viajando y
conociendo esos mundos de Dios. Desde allá arriba visitaba miles de paisajes y
disfrutaba viendo los bosques, ríos y valles.
Pero un día llegó
a un lugar muy seco y comprendió que en el mundo no todo era verde y alegre. Se
entristeció mucho al ver aquellas pobres plantas sedientas y casi secas y
decidió ayudarlas.
Cuando ya comenzaba
a condensarse para dejarse caer sobre la tierra, una fuerte corriente de aire
la elevó muchos metros más arriba y desde allí, pudo ver que la tierra seca era
mucho mayor de lo que ella había pensado y se entristeció mucho porque no podía
ayudar a todas las plantas moribundas. Comenzó a dudar si dejarse caer aquí o
allá y no terminaba de decidirse, porque no quería dejar sin ayuda a ninguna
planta y llegó al convencimiento de que ella sola apenas podría refrescar a
unas pocas plantas.
Entonces, el viento
le silbó una idea:
- No eres la
única nube del cielo, busca otras nubes y, juntas, podréis regar toda la tierra
seca.
La nubecilla se
dejó llevar por el viento y buscó otras muchas nubes que quisieran ayudar a la
tierra reseca. Buscó primero a los grandes nubarrones negros, pero no quisieron
hacerle caso, porque estaban muy ocupados en regar la selva para que crecieran
más los grandes árboles.
- Nosotros nos
ocupamos de obras importantes y no de tonterías como ésas -le dijeron
orgullosos.
Cuando se convenció
de que los nubarrones grandes eran demasiado orgullosos y que, aunque eran los
que mejor podían ayudar, no lo harían nunca, buscó a otras nubecillas pequeñas,
y blancas, y a la pobre niebla, que se arrastra triste y humilde por el suelo, sin
poder elevarse y conocer el mundo.
Y con la ayuda
del amoroso viento, que le había silbado la idea, fue recorriendo el mundo y
encontró muchas pequeñas y blancas nubecillas y muchas tristes nieblas
dispuestas a ayudarle. Y se juntaron todas y recorrieron la tierra seca dejando
caer sus limpias gotas de vida, hasta que las plantas revivieron y creció un
hermoso bosque que desde entonces fue amigo de las nubes y atraía a la lluvia con
su verde canto.
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