Esmeralda Los tenía de Rubí, Topacio, Ágata, Oro. Eran reproducciones casi exactas. Cuando se los ponía, parecían realmente auténticos.
Y a esto había que añadir lo bien que interpretaba la pequeña piedra su papel. Si iba disfrazada de Zafiro, hablaba como el Zafiro, caminaba como el Zafiro, se comportaba como el Zafiro. No había detalle que se le escapara y que la pudiera delatar.
Pero tenía que tener cuidado en una cosa; no podía
darle directamente la luz del sol, porque entonces descubrirían que no era
transparente como los auténticos Zafiros.
Lo mismo le ocurría con los disfraces de Rubí, de
Esmeralda y de Diamante. Así que sólo se los ponía cuando era de noche o al
atardecer.
Por el día se disfrazaba de Oro o de Plata. Aunque
con estos disfraces tenía el peligro contrario; si dejaba de darles la luz del
sol, dejaban de parecer Oro o Plata auténticos.
Sin embargo la pequeña piedra lo tenía todo muy
bien controlado. Y así fue pasando su vida. Nadie se dio cuenta del engaño. Los
que la conocían como Esmeralda le tenían una gran admiración y aprecio. Y lo
mismo ocurría con los que la conocían como Diamante, como Oro, como Zafiro,
como Rubí o como Plata.
Pero un día, estando la piedra tomando el sol
disfrazada de Oro, un hombre que pasaba por allí quedó deslumbrado con su
brillo y la cogió. Al ver que era oro, dio un salto de alegría y fue corriendo
a ver a un joyero para que le dijera cuál era su valor. Pero cuando el joyero
la examinó, vio que era una simple piedra cubierta con una funda dorada. Entonces
el hombre, desilusionado, la cogió y la tiró por la ventana.
Al caer al suelo, la piedra se rompió en mil
pedazos, y sorprendentemente, dejó al descubierto que su interior había estado
ocupado por un Diamante de gran calidad y de valor incalculable. Un Diamante
que nunca había podido salir a la luz, porque la pequeña piedra se empeñó toda
su vida en imitar a otros para ser valiosa e importante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario