miércoles, 22 de agosto de 2018

Atrévete a tocar el cielo

Ana vivía en un pueblecito cerca del mar, se pasaba el día mirando a través de la ventana de su habitación, la encantaba levantarse por las mañanas y mirar, cómo amanecía el día con un sol radiante, ver a sus amigos jugando, gente paseando y al fondo, como todos los días, el mar y el cielo azul, que se perdían juntos, unidos en el infinito; siempre su mirada la dirigía hacia allí, siempre querría haber llegado, a tocar el borde donde el cielo se une con la tierra.
Pero nunca lo hacia, nunca lo intentaba, siempre permanecía allí sentada mirando sin actuar, nunca se atrevía a salir a ir más allá, apenas se atrevía a salir de su habitación, allí era donde Ana, se encontraba protegida, nada malo la podía pasar, su ropa, sus cosas, pero el mundo de fuera, el mundo tras la ventana la asustaba.
Sus padres, su familia, siempre la habían animado a descubrir todo lo que había allí fuera, esperándola, pero ella no se atrevía, sus amigos habían dejado de ir a buscarla, siempre les decía que no. Poco a poco, pasó el tiempo y solo su ventana la atraía. Uno de esos días Ana estaba mirando por ella, ensimismada, con sus ojos puestos en el infinito, cuando una voz dijo:
- “Ven, atrévete, ven te estoy esperando”.
Una voz que la animaba a salir, una voz que la trasmitía paz, tranquilidad, calma, sosiego, se sentía tan bien, que se dejó llevar. Sin más, salió a la puerta; sus padres no podían creer lo que estaba pasando, ¿qué había cambiado? Los ojos de Ana solo seguían a esa voz y a esa fina línea donde cielo y tierra se unen.
Al pasar por el parque, sus amigos la vieron y decidieron unirse a su familia que la seguía en silencio, querían acompañarla. En el camino se encontró con más personas conocidas, profesores, vecinos, todos ellos, asombrados por la manera en la que actuaba Ana, se fueron incorporando al grupo.
Ana seguía; en sus oídos solo escuchaba:
- “Atrévete estás más cerca, no tengas miedo a nada, estoy contigo, nada te pasará confía en mí”.
De pronto, llegó hasta la orilla del mar, allí se paró cuando el agua mojó sus pies y vio tan cerca esa fina línea donde tierra y cielo se unen, vio cómo cielo y mar eran uno solo y comprendió que la vida del cielo la podemos tener reflejada aquí en la tierra.
Ana se giró y observó a toda la gente que la había seguido: sus padres, amigos, vecinos y comprendió lo importante que era para cada uno de ellos, comprendió que por ellos, tenía que atreverse a vivir la vida, si estaba cerrada en su habitación, en su corazón, no podía llegar a nadie, no podía ser, ni dar felicidad, comprendió que cuando uno se atreve, cuando uno apuesta, consigue y gana.

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