El niño tenía
mucha imaginación. En su casa no podían con él y en el colegio se hartaban de
sus hadas, sus dragones y sus seres fantásticos que decía ver por todas partes.
Le habían cambiado de instituto cuatro veces. Juan a veces parecía divertirse.
Pero otras veces parecía hablar totalmente en serio de caballeros de brillante
armadura, de brujas con escoba y sapos que querían volver a su trono.
Sus padres
un día le llevaron al médico y lo único que sacaron fue ignorancia, pues nadie
sabía lo que le podía ocurrir. Juan decía que no eran imaginaciones suyas. Pero
un día sus padres descubrieron un rincón secreto bajo las tablas de su habitación.
Ahí guardaba montones y montones de libros y con ellos toda la raíz de su
fantasía. Una vez le hubieron quitado esos libros, sus historias desaparecieron
y nunca más volvió a hablar de ellas.
Juan se hizo
mayor y en el colegio le mandaron trabajar con un libro. Sus padres al principio
se alarmaron pero al descubrir que se trataba de la Biblia no se preocuparon. Entonces
Juan volvió a recaer con sus historias de duendes y hadas. Los padres no sabían
de donde podría sacar esas ideas con su edad y sin ningún libro extraño. Juan
justificaba todo lo que veía diciendo que no eran más que parábolas y versículos,
que Dios llegaba a cada persona con una forma diferente. Los padres comenzaron a
asustarse de nuevo y a pesar de ser creyentes no vieron otra opción que quitarle
el evangelio. Pero Juan siguió viendo sus hadas y sus dragones. No le veían
explicación.
Entonces Juan
un día, viendo a su madre llorar, la dijo:
- “Mamá,
hoy voy a enseñarte la luz”.
Salieron a la
calle y el niño llevó a su madre a un orfanato de niños con problemas mentales.
Cuando Juan entró con su madre, todo el mundo le reconoció y les dirigieron entre
sonrisas al comedor, donde todos los niños habían terminado de comer. La madre
no tenía palabras, no sabía qué hacía ahí ni por qué conocía todo el mundo a su
hijo. Entonces Juan se subió a una de las mesas y les comenzó a contar parábolas
y cuentos que había sacado de la Biblia y que a él le llegaron en forma de hadas
que volaban ahora por la cocina, de duendes que saltaban de mesa en mesa y de
unicornios con los que jugaban ahora los niños.
La madre vio
a todos aquellos niños felices y a su hijo en medio con una espada nombrando a
duendes, brujas y niños por igual como discípulos suyos. Ella seguía sin entenderlo.
Puede incluso que no llegara a tener sentido pero Juan consiguió lo que buscaba
pues vio a su madre dejar de llorar y empezar a hacer aspavientos con las manos
como si quisiera quitarse algo de encima.
Su hijo se
acercó y le dijo:
- “Mamá, no
tienes de qué preocuparte las hadas son sólo otra forma de ver a Dios”.
Y entonces,
por primera vez, creyó.
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