sábado, 28 de septiembre de 2019

El jefe y los empleados


Historia perteneciente al libro “El Silencio del Alma”

Durante 15 años estuve trabajando en una empresa comercial. No éramos muchos compañeros pero intentábamos llevarnos lo mejor posible, sin dejar que el roce del día a día nos hiciera tener conflictos entre nosotros. Lo que hacíamos era descargar todos nuestros problemas en el jefe. El era el responsable de la marcha de la empresa, así que si algo no funcionaba era su responsabilidad. Si algo estaba mal, era su problema. Y por supuesto, él era el culpable de los malos resultados económicos y de trabajo. ¿No cobraba más que el resto?, pues que él respondiera ante el dueño de la empresa. Además, no nos gustaba que alguien estuviera por encima nuestro, mandándonos.
Cierto día sucedió que el jefe dimitió. Organizó una reunión con el dueño de la empresa y todos los empleados, y dijo que renunciaba a su cargo. Ya que nadie estaba contento con su trabajo, lo dejaba sin más. Aceptó una reducción de sueldo y se convirtió en uno más de nosotros. Aquello resultó ser algo muy extraño pues yo personalmente nunca había conocido a nadie que se hubiera rebajado su categoría laboral y menos económica. Así que a partir de aquel día, el jefe pasó a ser un trabajador más como nosotros. La verdad es que todos los trabajadores estábamos muy contentos, ahora éramos todos iguales.
Pensábamos que se había acabado la época de tensiones y problemas en la empresa, pero sucedió todo lo contrario. Los problemas lejos de disminuir, aumentaron, y al no tener un chivo expiatorio, cada uno tuvo que asumir su parte de responsabilidad en los pésimos resultados de la empresa. Aquello iba cada vez peor y el dueño no sabía qué hacer. A nadie le gustaba esa situación y menos a nosotros pues teníamos que dar la cara ante el dueño. Así que organizamos una reunión y pedimos por favor al antiguo jefe que volviera a retomar su cargo. El no lo veía claro, pero después de hablar con cada uno de nosotros y con el dueño, decidió retomarlo con una condición, que le ayudáramos a ser buen jefe.
Realmente a nosotros nos interesaba mucho aquella situación ya que él seguiría dando la cara ante el dueño, aunque cobrase más dinero que el resto de nosotros. Pero ahora no íbamos a volver a dejar que pasase la situación anterior, así que intentamos que se sintiese bien siendo el jefe para que así nos dejase tranquilos. Nos pusimos todos de acuerdo en que cuando hubiera un problema, iríamos a decírselo rápidamente a él, para que intentase solucionarlo lo antes posible. Y así sucedió que todos intentamos hacer las cosas un poco mejor y no ponerle zancadillas para que no volviese a dimitir. El seguía siendo el jefe como antes pero ahora en vez de echarle las culpas de todo, hacíamos todo lo posible para que él hiciera bien su trabajo.
Curiosamente, los resultados no tardaron en llegar. El trabajo mejoró, cayó en picado el índice de errores, las medidas correctoras mejoraron y los resultados de la empresa volvieron a ser positivos, como hacía mucho tiempo. Además, una nueva atmósfera se respiraba en la fábrica. El dueño, claro, estaba encantado, y organizó una reunión para darle las gracias al jefe por su labor y reconocerle todos sus éxitos. Pero cuando le tocó el turno de hablar al jefe, todos nos quedamos atónitos ante lo que dijo:
- No, no, yo no soy el responsable de la buena marcha de la empresa ahora. Vosotros mismos sois los responsables. Cuando me juzgasteis incapaz y mal jefe, erais vosotros mismos incapaces y malos trabajadores. Y ahora todo va bien porque está en vuestra voluntad el hacerlo. Yo no existo sino en vuestras acciones. No existe un jefe, sino que existen los que son jefes de su propio trabajo, los que se responsabilizan de cada una de sus acciones, y trabajan día a día para que la empresa funcione mejor. Cada uno es su propio soberano.
La verdad es que desde aquel día, todos sentimos que éramos un poco jefes, que tomábamos la responsabilidad de nuestras acciones. Eso nos hacía sentirnos más importantes, más valorados. Desde entonces, dejé de echar las culpas a los demás o al destino de las cosas que no me gustaban en mi vida y empecé a sentirme el único dueño y soberano de mi vida. Curiosamente seguí haciendo el mismo trabajo y llevando la misma vida, pero ahora… me sentía más lleno.
Y no es casualidad que debido a la mejora económica de la empresa, el dueño nos subió el sueldo a todos, ¡ahora todos cobrábamos como jefes!

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