domingo, 22 de septiembre de 2019

Los siete tarros de oro


Al pasar un barbero bajo un árbol oyó una voz que le decía:
- ¿Te gustaría tener los siete tarros de oro?
El barbero respondió anhelante:
- Sí, me gustaría mucho.
- Entonces ve a tu casa en seguida, dijo la voz, y allí los encontrarás.
El barbero fue corriendo a su casa. Y en efecto: allí estaban los siete tarros, todos ellos llenos de oro, excepto uno que sólo estaba medio lleno.
Entonces el barbero no pudo soportar la idea de que un tarro no estuviera lleno del todo. Sintió un violento deseo de llenarlo, de lo contrario, no sería feliz. Fundió todas las joyas de la familia en monedas de oro y las echó en el tarro. Pero éste seguía igual que antes: medio lleno. ¡Aquello le exasperó!
Se puso a ahorrar y a economizar como un loco, hasta hacer pasar hambre a su familia. Todo inútil. Por mucho oro que introdujera en el tarro, éste seguía estando medio lleno. De modo que un día pidió al Rey que le aumentara su sueldo. El sueldo le fue doblado y reanudó su lucha por llenar el tarro. Incluso llegó a mendigar Y el tarro engullía cada moneda de oro que en él se introducía, pero seguía estando a medio llenar.
El Rey se dio cuenta del miserable y famélico aspecto del barbero. Y le preguntó:
- ¿Qué es lo que te ocurre? Cuando tu sueldo era menor, parecías feliz y satisfecho. Y ahora que te ha sido doblado el sueldo, estás destrozado y abatido. ¿No será que tienes en tu poder los siete tarros de oro?
El barbero quedó estupefacto.
- ¿Quién os lo ha contado, Majestad?, preguntó.
El Rey se echó a reír.
- Es que es obvio que tienes los síntomas de la persona a quien el fantasma ha ofrecido los siete tarros. Una vez me los ofreció a mí y yo le pregunté si el oro podía ser gastado o era únicamente para ser atesorado; y él se esfumó sin decir una palabra. Aquel oro no podía ser gastado. Lo único que ocasiona es el irresistible impulso de amontonar cada vez más. Anda, ve y devuélveselo al fantasma ahora mismo y volverás a ser feliz.

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