domingo, 4 de noviembre de 2018

Amar a Dios y al prójimo

Una señora se presentó al párroco porque quería hacer una consulta espiritual.
Comenzó por hacer toda una apología de su vida cristiana.
- Yo soy muy católica. No me pierdo una misa ni que me esté muriendo. Rezo el rosario a diario. Siempre llevo mi Cadena con San Judas Tadeo.
Pacientemente la escuchó preguntándose a qué venía si era tan maravillosa. En ese momento, recordó al joven rico que se presentó a Jesús y había cumplido los mandamientos desde joven, pero Jesús le respondió: “sólo te falta una cosa: vende lo que tienes”. Y aquí terminó  su bondad, porque triste, se dio la vuelta y se volvió a su casa.
Dicho y hecho.
– Señora, ¿y cómo se lleva con su nuera?
– No la aguanto, es una impertinente.
– ¿Y cómo se lleva con sus vecinos?
– No les hablo, todos son unos egoístas que solo piensan en sí mismos.
– ¿Y cómo se lleva con su marido?
– Vivimos hace tiempo en habitaciones separadas porque él…
– ¿Pero al menos con sus hijos me imagino que se llevará bien?
– Tengo tres hijos, el primero es buen chico, pero los otros dos han salido a su padre y ya les he dicho que se arreglen con él”.
– ¡Me imagino que usted será generosa con los pobres y necesitados!
– Mire, Padre, no se fíe, la mayoría solo vienen a engañarle, con el mismo cuento.
- Señora ¿usted sabe andar en bicicleta?
- Al Colegio iba siempre en bicicleta.
- ¿Y cuántas ruedas tiene su bicicleta?
- Dos ruedas como todas las bicicletas.
- ¿Y no sabía que para ser un buen cristiano se necesitan también dos ruedas?
La señora no se daba ni por enterada ni por vencida.
- Oiga, Padre, yo no sabía que al cielo se iba en bicicleta.
- Pues, aunque le parezca mentira, al cielo solo se va en bicicleta y con la de dos ruedas: El amor a Dios. Y el amor el prójimo. Y los Santos son los grandes patrones de los ciclistas.
- ¿Usted conoce a algún ciclista santo?
- A todos. Para ser santo es preciso amar a Dios con todo el corazón y con toda la mente y con todo lo que somos. Porque esa es una de las llantas por las que uno llega a la santidad. Y la otra: amar al prójimo como a uno mismo.

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