viernes, 12 de abril de 2019

Dame tu mano, María

                Gerardo Diego

Dame tu mano, María, la de las tocas moradas.
Clávame tus siete espadas en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía tarde negra y amarilla.
Aquí en mi torpe mejilla quiero ver si se retrata
esa lividez de plata, esa lágrima que brilla.
Déjame que te restañe ese llanto cristalino,
y a la vera del camino permite que te acompañe.
Deja que en lágrimas bañe la orla negra de tu manto
a los pies del árbol santo donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia: no quiero que sufras tanto.
Qué lejos, Madre, la cuna y tus gozos de Belén:
- No, mi Niño. No, no hay quien de mis brazos te desuna.
Y rayos tibios de luna entre las pajas de miel
le acariciaban la piel sin despertarle. 
Qué largaes la distancia y qué amarga de Jesús muerto a Emmanuel.
¿Dónde está ya el mediodía luminoso en que Gabriel
desde el marco del dintel te saludó: -Ave, María?
Virgen ya de la agonía, tu Hijo es el que cruza ahí.
Déjame hacer junto a ti ese augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario, cítame en Getsemaní.
A ti, doncella graciosa, hoy maestra de dolores,
playa de los pecadores, nido en que el alma reposa.
A ti, ofrezco, pulcra rosa, las jornadas de esta vía.
A ti, Madre, a quien quería cumplir mi humilde promesa.
A ti, celestial princesa, Virgen sagrada María.

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