domingo, 3 de diciembre de 2023

El Secreto de la gran piedra

Un día, yendo María y José hacia Belén, se encontraron con una piedra enorme. Estaba en medio del camino y lo ocupaba todo. Así es que todos los que por ahí pasaban tenían que buscarse un sendero entre los arbustos de ambos lados, o trepar por la enorme piedra.
Esta piedra tiene una historia muy especial.
Cuando se estaba construyendo el camino, siete hombres fuertes tuvieron que tratar de quitar con mucho esfuerzo la gran piedra hasta que la echaron a un lado.
Pero al día siguiente, cuando volvieron al trabajo, la piedra se encontraba otra vez en el mismo lugar de antes, como si siempre hubiera estado allí. Entonces los hombres protestaron furiosos, se remangaron y repitieron el duro trabajo. Pero al día siguiente la encontraron donde había estado antes. Estaban rojos de cólera, y con todas sus fuerzas la hicieron rodar nuevamente fuera del camino. Al día siguiente volvió a estar donde siempre había estado.
Esta vez no se enojaron, sino que se miraron desconcertados por este misterio. Decidieron entonces ir donde un ermitaño que vivía en el bosque y le contaron lo que había sucedido. El les escuchó atentamente, asintiendo con la cabeza y con aire comprensivo les dijo:
-- “Aquel que debe apartar del camino esta enorme piedra no ha llegado aún. Por lo tanto, dejad la piedra donde está y permitid que Aquel que tiene la misión de hacerlo, la haga rodar fuera del camino”.
Los hombres volvieron a su trabajo y siguieron su consejo. Así la piedra quedó allí, en medio, fastidiando a muchos viajeros.
También María y José se detuvieron delante de la piedra, pues José no podía hacerla rodar, ni siquiera con la ayuda del burrito.
Cuando estaban ahí, pensativos delante de esta enorme piedra, José tocó sin darse cuenta la piedra con su bastón. Fue un golpe muy suave, pero apenas la hubo tocado, ésta se rompió en dos partes, cayendo cada una de las dos mitades a ambos lados del camino. Y se pudo observar que la enorme piedra estaba llena de cristales que brillaban refulgentes a la luz del sol.
Poco tiempo después, el ermitaño pasó por este camino. Cuando vio la piedra rota y los cristales que brillaban en su interior, sus ojos se iluminaron y se dijo:
-- “Aquel a quien estaba destinado abrir el camino ha aparecido”, y su corazón se llenó de alegría y esperanza.

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