sábado, 26 de noviembre de 2022

El maravilloso poder de los cuentos

Leticia fue mi alumna en la escuela en un pueblo de la Sierra. Tenía 11 años. Once años conociendo las carencias y la mugre de la vida. Siempre con la misma ropa, heredada de una prima o vecina. Once años batallando con los bichos de día y de noche. Con una nariz que escurría como una vela. Con el pelo largo y sucio sirviendo de tobogán a los piojos. Aun así, era de las primeras en llegar a la escuela. Tal vez iba para soñar que era lo que no; aunque tuviera que soportar el rechazo y el asco de los demás.
A la hora del trabajo en equipo nadie la quería. No le dieron la oportunidad para demostrar lo inteligente que era: el rechazo de sus compañeros fue lo que Leticia conoció.
Otros niños semejantes a Leticia eran aceptados por el resto de niños, pero no ocurría lo mismo con Leticia y las niñas. A mí sólo se me ocurría hacer recomendaciones que nunca fueron atendidas.
En ese tiempo me preguntaba: ¿de qué sirve leer cuentos a esos niños que no han comido?; ¿serviría de algo alimentarlos con fantasías? Yo creía que sí, pero no sabía hasta dónde. Constantemente les brindaba relatos, sobre todo en la mágica hora de lecturas, dos veces por semana.
Un día conté "La Cenicienta" y cuando llegué a la parte en que el hada madrina transformó a la jovencita andrajosa en una bella señorita de vestido vaporoso y zapatillas de cristal, Leticia aplaudió eufórica el cambio realizado. Había una súplica en su rostro que provocó la burla de los que no tenían ni capacidad ni la misma necesidad de soñar.
Esta vez hubo recomendaciones y regaños.
En otra ocasión, pregunté a mis alumnos: ¿qué querían ser cuando sean mayores?
Y el cofre de sus deseos se abrió ante mí: uno quería ser astronauta, aunque al pueblo ni el autobús llegaba; otros querían ser maestros, artistas o soldados.
Cuando le tocó el turno a Leticia, se levantó y con voz firme dijo:
- ¡Yo quiero ser doctora!
Una carcajada insolente se escuchó en el salón.
Apenada, se deslizó en su silla invocando al hada madrina que no llegó.
Mi labor en esa escuela terminó con el año escolar. La vida siguió su curso.
Después de quince años, regresé por esos lugares, con mi nombramiento de maestro.
Entonces encontré algunas respuestas y surgieron otras preguntas.
Las buenas noticias me llegaron en el autobús, antes de llegar al barco donde trasbordan los pasajeros que van al otro poblado. Una señorita vestida de blanco se dirigió a mí:
– ¡Usted es el maestro Víctor Manuel!..., usted fue mi maestro! -me dijo- sorprendida y sonriente. El que podía encantar serpientes con las historias que contaba.
– Sí, ciertamente soy yo, contesté halagado.
– ¿No me recuerda, maestro? -preguntó y continuó diciendo con la misma voz firme de otro tiempo -soy Leticia... y soy doctora...
Mis recuerdos se atropellaban para reconstruir la imagen de aquella chiquilla que en otro tiempo nadie quería tener cerca.
Se bajó del autobús dejando, como La Cenicienta, la huella de sus zapatillas en el estribo... Y a mi con mil preguntas. Todavía alcanzó a decirme:
– Trabajo en Parral... búsqueme en la clínica tal... Y se fue …
Un día fui a la clínica que me dijo y no la encontré. No la conocían ni la enfermera ni el conserje. ¡Era demasiada belleza para ser verdad! "Los cuentos son bellos pero no dejan de ser cuentos", me lamentaba. Arrepentido de haber ido, y casi derrotado, encontré a la directora de la clínica y hablé con ella. Lo que me dijo, revivió mi fe en la gente y en la literatura:
– La doctora Leticia trabajaba aquí -me contó-. Es muy humana y tiene mucho amor por los pacientes, sobre todo con los más necesitados.
– Ésa es la persona que yo busco, le dije emocionado.
– Pero ya no está con nosotros -dijo la directora.
– ¿Qué le ha pasado? -pregunté ansioso.
– La doctora Leticia solicitó una beca para especializarse y la ganó... ahora está en Italia.
Leticia sigue aprendiendo más y enseñando sus secretos para luchar. Yo sigo queriendo saber hasta dónde llega el poder de los cuentos; ¿cuándo empezó el despegue de los sueños de Leticia respecto al resto de sus compañeros?; ¿dónde radica la fortaleza de las mujeres que superan cualquier expectativa?
Ya no quiero ser el maestro de Leticia: Ahora quiero aprender. Quiero que me enseñe cómo evoluciona una oruga hasta convertirse en ángel y, sobre todo, quiero descubrir cuál fue la varita mágica que la convirtió en la Princesa del Cuento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario