domingo, 12 de enero de 2025

El árbol verdinegro

             mi voz es tu voz

Cuentan, que había una vez un árbol que tenía la extraña peculiaridad de que cada vez que le brotaba una hoja verde y llena de vida, al mismo tiempo y en dirección opuesta le brotaba otra negra y sin fuerza.
Y así crecía muy lento, gastaba demasiada energía para rechazar sus hojas negras.
Como los árboles vecinos no tenían hojas negras, él se lamentaba por ser tan diferente. Siempre tenía la esperanza de que un día empezarían a caerse las hojas negras y ese era su único deseo.
Pero las hojas negras nunca se caían. Al principio creyó morir y sufrió como nunca. Aquel sufrimiento le hizo darse cuenta de que tiene más sentido procurar aceptar, que tratar de entender.
Y eligió cambiar, decidió relacionarse con todas sus hojas de otra manera. Al fin y al cabo, acababa de darse cuenta de que las hojas verdes que tenía eran preciosas y cuanto más apreciaba y agradecía a las hojas verdes, más crecían y más vigorosas crecían junto a otra hoja negra, como siempre, pero ahora éstas ya no le molestaban tanto como antes.
Y así empezó a crecer como nunca, parecía que más que el sol y el agua, era su apreciación lo que lo hacía crecer, y empezó a echar ramas enormes que se abrían al cielo y se llenaban de más y más hojas verdes y negras. El árbol estaba que se salía de su copa, amaba tanto a sus hojas verdes y había conseguido aceptar tanto a sus hojas negras, que creció como ninguno, y ya centenario y sabiendo que la vida ya no le regalaría muchas más hojas, ni tiempo, tomó otra gran decisión; de alguna forma había empezado a tenerles cariño a sus hojas negras y decidió intentar amarlas.
No sabía cómo empezar, nunca se había fijado en ellas, nunca las había mirado de verdad como a las verdes. Pero se había propuesto amarse completamente tal y como era y las miró como nunca antes lo había hecho.
Y al hacerlo así, se dio cuenta de que ¡¡no tenía hojas negras!! Que lo que hasta ahora le habían parecido hojas negras en realidad no era otra cosa que la sombra que proyectaban las verdes.
Fue entonces cuando descubrió que no solo necesitaba las hojas para sobrevivir, sino que la sombra de éstas refrescaba las ramas y el tronco. Y su amor y agradecimiento por tanta comprensión fue tan grande que ahora podía comprender más. Comprendió que necesitó creer en que eran hojas negras para aprender a aceptar lo que no podía comprender. Y amó como nunca antes lo había hecho a sus hojas verdes, a las negras, a la sombra y a la luz. A todas las realidades presentes y a sus ilusiones pasadas.
Y la fuerza de ese amor obró el milagro: Cada hoja negra que antaño rechazaba, ahora se transformaba en esferas de colores, y las sombras en luces de comprensión y brillo.
Y así permanece desde entonces. Lleno de hojas, de luz y colores y con la estrella de la comprensión en su copa como una eterna sonrisa.
Cuentan que cada año por Navidad, el espíritu del árbol se cuela en tu hogar para darte de nuevo la oportunidad de elegir, de agradecer lo que aprecias, de aceptar lo que rechazas y quien sabe si, como ese árbol, llegar a transformarte para siempre en luz y colores.
Lo opuesto al miedo es el amor, sin embargo aquello que todo lo contiene no puede tener opuestos.
Mas allá del “bien” y del “mal” está el AMOR que acoge a los opuestos.

 


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