Pedro Pablo Sacristán
Había una
vez un rey sabio y bueno que observaba preocupado la importancia que todos
daban al dinero, a pesar de que en aquel país no había pobres y se vivía
bastante bien.
- ¿Por qué
tanto empeño en conseguir dinero? -preguntó a sus consejeros- ¿para qué les
sirve?
- Parece que lo usan para comprar pequeñas cosas que les dan un poco más de felicidad -contestaron tras muchas averiguaciones.
- ¿Felicidad, es eso lo que persiguen con el dinero? -y tras pensar un momento, añadió sonriente- entonces tengo la solución: cambiaremos de moneda.
- Parece que lo usan para comprar pequeñas cosas que les dan un poco más de felicidad -contestaron tras muchas averiguaciones.
- ¿Felicidad, es eso lo que persiguen con el dinero? -y tras pensar un momento, añadió sonriente- entonces tengo la solución: cambiaremos de moneda.
Y fue a ver
a los magos e inventores del reino para encargarles la creación de un nuevo
aparato: el portasonrisas. Luego, entregó un portasonrisas con más de cien
sonrisas a cada habitante del reino, e hizo retirar todas las monedas.
- ¿Para qué
utilizar monedas, si lo que queremos es felicidad? -dijo solemnemente el día
del cambio- ¡A partir de ahora, llevaremos la felicidad en el bolsillo, gracias
al portasonrisas!
Fue una
decisión revolucionaria. Cualquiera podía sacar una sonrisa de su
portasonrisas, ponérsela en la cara y alegrarse durante un buen rato.
Pero algunos
días después, los menos ahorradores ya habían gastado todas sus sonrisas. Y no
sabían cómo conseguir más. El problema se extendió tanto que empezaron a surgir
quejas y protestas contra la decisión del rey, reclamando la vuelta del dinero.
Pero el rey aseguró que no volvería a haber monedas, y que deberían aprender a
conseguir sonrisas igual que antes conseguían dinero.
Así empezó
la búsqueda de la economía de la sonrisa. Primero probaron a vender cosas a
cambio de sonrisas, sólo para descubrir que las sonrisas de otras personas no
les servían a ellos mismos. Luego pensaron que intercambiando portasonrisas
podrían arreglarlo, pero tampoco funcionó. Muchos dejaron de trabajar y otros
intentaron auténticas locuras. Finalmente, después de muchos intentos en vano,
y casi por casualidad, un viejo labrador descubrió cómo funcionaba la economía
de la sonrisa.
Aquel
labrador había tenido una estupenda cosecha con la que pensó que se haría rico,
pero justo entonces el rey había eliminado el dinero y no pudo hacer gran cosa
con tantos y tan exquisitos alimentos. Él también trató de utilizarlos para
conseguir sonrisas, pero finalmente, viendo que se echarían a perder, decidió
ir por las calles y repartirlos entre sus vecinos.
Aunque le
costó regalar toda su cosecha, el labrador se sintió muy bien después de
haberlo hecho. Pero nunca imaginó lo que le esperaba al regresar a casa, con
las manos completamente vacías. Tirado en el suelo, junto a la puerta, encontró
su olvidado portasonrisas ¡completamente lleno de nuevas y frescas sonrisas!
De esta
forma descubrieron en aquel país la verdadera economía de la felicidad,
comprendiendo que no puede comprarse con dinero, sino con las buenas obras de
cada uno, las únicas capaces de llenar un portasonrisas. Y tanto y tan bien lo
pusieron en práctica, que aún hoy siguen sin querer saber nada del dinero, al
que sólo ven como un obstáculo para ser verdaderamente felices.
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