Cuenta una
hermosa leyenda que Tomás fue a predicar el evangelio a la India. Y un rey le
dio dinero para que le edificara un palacio. Pero Tomás distribuía el dinero
entre los pobres y les anunciaba la muerte y resurrección de Jesús. Y muchos se
hicieron cristianos.
- "¿Cómo
va mi palacio?", le preguntaba el rey.
- "Va muy
bien" y el rey le daba más dinero. Al cabo de un tiempo, la toda ciudad era
ya cristiana.
Un día el rey
le dijo a Tomás:
- "¿Cuándo
podré ver mi palacio?"
- "Majestad,
pronto lo verá terminado", le contestó.
- "¿Por
qué no puedo verlo hoy? Llévame a verlo ahora mismo", le dijo el rey.
Tomás paseó al
rey Vecius por la ciudad y le señalaba a la gente y le explicaba cómo sus vidas
habían cambiado para bien.
- ¿Dónde está
mi palacio?, preguntaba el rey.
- "Está a
su alrededor y es un hermoso palacio. Qué pena que no pueda verlo. Espero pueda
verlo un día", le decía Tomás.
- "¿Qué has
hecho con mi dinero, ladrón?"
- "Tu
palacio, majestad, está hecho de personas, tu palacio es tu gente. Ya no son pobres
y ahora creen en Jesús. Tu gente son las torres de tu palacio. Dios vive en
ellos. Tu palacio es un magnífico palacio."
Tomás fue
encarcelado. Pero el rey vio poco a poco el cambio de la gente y cómo por el
poder de la resurrección de Jesús, éste vivía en el corazón de las gentes. El
último en convertirse fue el rey, también liberó a Tomás. Y su palacio no fue una
obra de piedras sino de corazones vivos y creyentes.
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