sábado, 23 de enero de 2021

Compartiendo unas galletas

Cuando aquella tarde llegó a estación, le informaron que el tren traía retraso de una hora. La elegante señora, un poco contrariada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua para pasar el tiempo. Buscó un banco en el andén central y se sentó preparada para la espera. Mientras hojeaba su revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario. Imprevistamente la señora observó como aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiraba la mano, agarraba una galleta del paquete y comenzaba a comerlas, una a una, despreocupadamente.
La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera, pero tampoco dejaría pasar aquella situación o haría como que nada había pasado; así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete y sacó una galleta, la exhibió frente al joven y se la comió mirándolo fijamente a los ojos.
Como respuesta, el joven tomó otra galleta y mirándola la puso en su boca y sonrió. La señora ya enfadada, tomó una nueva galleta y, con ostensibles señales de fastidio, volvió a comer otra, manteniendo de nuevo la mirada en el muchacho.
El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, y el muchacho cada vez más sonriente.
Finalmente, la señora se dio cuenta que en el paquete sólo quedaba la última galleta. No podrá ser tan descarado, pensó mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de galletas. Con calma el joven alargó la mano, tomó la última galleta, y con mucha suavidad, la partió exactamente por la mitad. Así con un gesto le ofreció la mitad de la última galleta a su compañera de banco.
- ¡Gracias!, dijo la mujer tomando con brusquedad aquella mitad.
- De nada, contestó el joven sonriendo suavemente mientras comía su mitad.
Entonces el tren anunció su partida... La señora se levantó furiosa del banco y subió a su vagón. Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento vio al muchacho todavía sentado en el andén y pensó:
- ¡Qué insolente, que mal educado! Sin dejar de mirar con resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que aquella situación le había provocado.
Abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó sorprendidísima cuando encontró, dentro de su cartera, ¡su paquete de galletas intacto! ¡Se había estado comiendo las galletas de aquel joven!
¡Cuántas veces juzgamos sin temores ni contemplaciones, sin conocer a fondo las situaciones, a veces sin darnos cuenta de que somos nosotros mismos los que estamos equivocados!
¡Cuántas veces más, juzgamos las debilidades de otros y se nos olvida que Jesús nos mandó a perdonar!

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