miércoles, 13 de abril de 2022

El País de las Cucharas Largas

Aquel señor había viajado mucho. A lo largo de su vida, había visitado cientos de países reales e imaginarios. Uno de los viajes que más recordaba era su corta visita al País de las Cucharas Largas. Había llegado a la frontera por casualidad, había un pequeño desvío hacia un país desconocido para él y, explorador como era, tomó el desvío. El sinuoso camino terminaba en una sola casa enorme. Al acercarse, notó que la mansión parecía dividida en dos pabellones: un ala Oeste y un ala Este. Aparcó el coche y se acercó a la casa. En la puerta, un cartel anunciaba: “PAÍS DE LAS CUCHARAS LARGAS”: “Este pequeño país consta sólo de dos habitaciones llamadas negra y blanca. Para recorrerlo, debe avanzar por el pasillo hasta que este se divide y doblar a la derecha si quiere visitar la habitación negra, o a la izquierda si lo que quiere es visitar la habitación blanca”.
El hombre avanzó por el pasillo y el azar le hizo doblar primero a la derecha. Un nuevo corredor de unos cincuenta metros terminaba en una puerta enorme. Desde los primeros pasos por el pasillo, empezó a escuchar los “ayes” y quejidos que venían de la habitación negra. Por un momento las exclamaciones de dolor y sufrimiento lo hicieron dudar, pero siguió adelante. Llegó a la puerta, la abrió y entró.
Sentados alrededor de una mesa enorme, había cientos de personas. En el centro de la mesa estaban los manjares más exquisitos que cualquiera podría imaginar y aunque todos tenían una cuchara con la cual alcanzaban el plato central… se estaban muriendo de hambre. El motivo era que las cucharas tenían el doble del largo de su brazo y estaban fijadas a sus manos. De ese modo todos podían servirse, pero nadie podía llevarse el alimento a la boca.
La situación era tan desesperante y los gritos tan desgarradores, que el hombre dio media vuelta y salió deprisa del salón. Volvió a la entrada y tomó el pasillo de la izquierda que iba a la habitación blanca. Un corredor igual al otro terminaba en una puerta similar. La única diferencia era que, en el camino, no se oían quejidos, ni lamentos. Al llegar a la puerta, el explorador giró el picaporte y entró en la sala.
Cientos de personas estaban también sentados en una mesa igual a la de la habitación negra. También en el centro había manjares exquisitos. También cada persona tenía una larga cuchara fijada a su mano…
Pero nadie se quejaba ni lamentaba. Nadie estaba muriendo de hambre, porque todos… se daban de comer unos a otros… El hombre sonrió, se dio media vuelta y salió de la habitación blanca. Cuando escuchó el “clic” de la puerta que se cerraba se encontró de pronto y misteriosamente en su propio coche, conduciendo hacia su lugar de destino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario