Érase
una vez un terrateniente que deseaba convertirse en caballero.
Quería
servir a su rey y ser el más noble y más leal caballero que jamás hubiera
existido. El día de su investidura, abrumado por el honor, hizo un voto
solemne. Prometió no arrodillarse ni levantar sus brazos en homenaje para nadie
más que su rey.
Y
se le encomendó la guardia de una ciudad en la frontera del reino. Cada día
vigilaba la entrada enfundado en su armadura.
Pasaron
los años. Un día, desde su puesto de guardia vio pasar por delante una
campesina con su carro lleno de verduras y frutas. Éste volcó y todo se derramó
por el suelo.
Nuestro
caballero, para no romper su voto, no se movió.
Otro
día pasaba un señor que tenía sólo una pierna y su muleta se rompió.
-
"Buen caballero, ayúdeme a levantarme".
Pero el caballero no dobló las rodillas ni
levantó las manos para ayudarle.
Pasaron
los años y nuestro caballero ya anciano recibió la visita de su nieto que le
dijo:
-
"Abuelo cógeme en tus brazos y llévame a la feria".
Pero
no se agachó para no quebrantar su voto.
Finalmente,
el rey vino a inspeccionar la ciudad y visitó al caballero que estaba rígido
guardando la entrada. El rey lo miró y observó que estaba llorando.
-
Eres uno de mis más nobles caballeros, ¿por qué lloras?
-
Majestad, hice voto de no inclinarme ni levantar mis brazos en homenaje más que
para usted, pero ahora soy incapaz de cumplir mi voto. El paso de los años ha
producido su efecto y hasta las junturas de la armadura se han oxidado. Ya no
puedo levantar los brazos ni doblar las rodillas.
El
rey, como un buen padre, le dijo:
-
Si te hubieras arrodillado para ayudar a todos los que pasaban y hubieras
levantado tus brazos para abrazar a todos que acudían a ti, hoy, podrías haber
cumplido tu voto dándome el homenaje que juraste ‘no rendir más que a tu rey’.
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