domingo, 3 de enero de 2021

El Mesías disfrazado

- “Que deseas”, le preguntó el sabio, con fama de santo.
El abad le contó la triste historia de su monasterio, que en otro tiempo había sido famoso en todo el mundo occidental, sus celdas estaban llenas de jóvenes novicios, y en su iglesia resonaba el armonioso canto de sus monjes. Pero habían llegado malos tiempos, la gente ya no acudía al monasterio a alimentar su espíritu, la avalancha de jóvenes candidatos habían cesado y la iglesia se hallaba silenciosa. Solo quedaban unos pocos monjes que cumplían triste y rutinariamente sus obligaciones. El abad preguntó al sabio:
- “¿Hemos cometido algún pecado para que el monasterio se vea en esta situación?”
- “Sí, respondió el sabio, un pecado de ignorancia. Uno de los monjes es el Mesías disfrazado, y los demás no lo saben”. Dicho esto, el sabio cerró sus ojos y volvió a su meditación.
Durante el viaje de regreso a su monasterio, el abad sentía cómo su corazón se desbocaba al pensar que el Mesías, ¡el mismísimo Mesías!, había vuelto a la tierra y había ido a parar justamente a su monasterio. ¿Cómo no había sido capaz de reconocerlo? ¿Y, quién podría ser? ¿Acaso el hermano cocinero? ¿El hermano sacristán? ¿El hermano administrador? ¿O sería él, el hermano superior? ¡No, él no! Por desgracia él tenía demasiados defectos… Pero resulta que el sabio había hablado de un Mesías disfrazado… ¿No serían esos defectos parte de su disfraz? Bien mirado, todos en el monasterio tenían defectos… ¡Y uno de ellos tenía que ser el Mesías!
Cuando llegó al monasterio, reunió a los monjes y les contó lo que había averiguado. Los monjes se miraban incrédulos unos a otros: “¿El Mesías Aquí?” “¡Increíble!”. Claro que, si estaba disfrazado… entonces, tal vez… ¿Podría ser Fulano…? ¿O Mengano? ¿O a lo mejor…?
Una cosa era cierta; si el Mesías estaba allí disfrazado, era probable que no pudieran reconocerlo. De modo que empezaron todos a tratarse con respeto y consideración. “Nunca se sabe”, pensaban cada cual para sí mismo cuando trataban con otro monje, “Tal vez sea éste…”.
El resultado fue que el monasterio recobró su antiguo ambiente de gozo y de espiritualidad desbordantes. Pronto volvieron a acudir docenas de candidatos pidiendo ser admitidos en la Orden, y en la iglesia volvió a escucharse el jubiloso canto de los monjes radiantes del espíritu de Amor.
¿Y el Mesías?... Permaneció entre ellos por siempre.

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