viernes, 8 de enero de 2021

El muchacho que no tenía nada que regalar al Niño

Alguien me acercó un cuento de Navidad que leyó en alguna parte. Lo contaré a continuación porque realiza un hermoso viaje al corazón de Jesús niño.
Se dice que, cuando los pastores se alejaron y la quietud volvió, el Niño del pesebre levantó la cabeza y miró la puerta entreabierta. Un muchacho joven, tímido, estaba allí, temblando y temeroso.
- Acércate -le dijo Jesús- ¿Por qué tienes miedo?
- No me atrevo… no tengo nada para darte.
- Me gustaría que me des un regalo -dijo el recién nacido.
El pequeño intruso enrojeció de vergüenza y balbuceó:
- De verdad, no tengo nada… nada es mío; si tuviera algo, algo mío, te lo daría… mira.
Y buscando en los bolsillos de su pantalón andrajoso, sacó una hoja de cuchillo oxidada que había encontrado.
- Es todo lo que tengo, si la quieres, te la doy…
- No -contestó Jesús- guárdala. Querría que me dieras otra cosa. Me gustaría que me hicieras tres regalos.
- Con gusto -dijo el muchacho- pero ¿qué?
- Ofréceme el último de tus dibujos.
El chico, cohibido, enrojeció. Se acercó al pesebre y, para impedir que María y José lo oyeran, murmuró algo al oído del Niño Jesús:
- No puedo… mi dibujo es «muy malo»… ¡nadie quiere mirarlo…!
- Justamente, por eso yo lo quiero… siempre tienes que ofrecerme lo que los demás rechazan y lo que no les gusta de ti. Además quisiera que me dieras tu plato.
- Pero… ¡lo rompí esta mañana! -tartamudeó el chico.
- Por eso lo quiero… Ofréceme siempre lo que está roto en tu vida, yo quiero arreglarlo… Y ahora -insistió Jesús- repíteme la respuesta que les diste a tus padres cuando te preguntaron cómo habías roto el plato.
El rostro del muchacho se ensombreció; bajó la cabeza avergonzado y, tristemente, murmuró:
- Les mentí… dije que el plato se me cayó de las manos, pero no era cierto… ¡Estaba enfadado y lo tiré con rabia!
- Eso es lo que quería oírte decir -dijo Jesús- dame siempre lo que hay de malo en tu vida, tus mentiras, tus calumnias, tus cobardías y tus crueldades. Yo voy a descargarte de ellas… No tienes necesidad de guardarlas… Quiero que seas feliz y siempre voy a perdonarte tus faltas. A partir de hoy me gustaría que vinieras todos los días a mi casa.

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