domingo, 2 de enero de 2022

Giraluna,

                Cuento de Eduardo Gudiño Kieffer


Había una vez un inmenso campo de girasoles. Era como una luminosa alfombra amarilla, tendida desde la orilla del camino hasta más allá del horizonte. Era un campo de girasoles orgullosos. Cada uno quería ser el primero y se empujaba para ser más alto que el otro. Ni siquiera se hablaban.
Sólo les importaba crecer y crecer, amarillear cada vez más radiantes y siempre girando para no perder de vista al Sol. El Sol no les hacía caso, tan solo seguía su camino tan alto.
Así durante el día. ¿Y durante la noche?
Cuando el Sol se ocultaba, los girasoles no tenían nada que hacer. Mustios y aburridos, se doblaban sobre sus tallos, bostezaban, y se quedaban dormidos hasta el nuevo amanecer. Entonces, cuando el Sol aparecía, los girasoles empezaban a levantarse.
Entre tantos girasoles había uno que nació más tarde. Por más que se estiraba y se estiraba, no lograba asomar su cabecita paliducha por entre la de sus hermanos. Y ni siquiera podía imaginarse cómo era ese Sol tan admirado, tan elogiado, tan adorado. Solamente por la noche, cuando los demás se dormían, nuestro girasol pequeñín podía ver el cielo. Entonces, el Sol ya no estaba, su tibieza y su luz ya no estaban.
Sin embargo otra luz, envolvía las copas de lejanos eucaliptos. Esa luz provenía de un disco de plata que navegaba entre millones de estrellas. Esa luz misteriosa decía:
- “No soy el Sol, soy la Luna. Tengo mil nombres más. Soy la diosa blanca que ordena las mareas y distribuye las lluvias. Soy la que vigila el crecimiento de las plantas y de los animales.”
El pequeño girasol se dejaba mecer por esas misteriosas palabras «lunaluneras», que le sonaban como una extraña canción. La flor giraba su corola-coronita de plata, la seguía y la escuchaba:
- “No sólo el Sol, girasol, te da lo que le pidas. También yo, Luna, tan generosa como ninguna, soy dueña de la vida. Si tus hermanos son para el Sol, girasol, tú eres para la Luna. Y nadie te dirá nunca más girasol, te dirán Giraluna.”
Ahora alguien le hablaba. Alguien se ocupaba de él. Alguien le había dado un lindo nombre: Giraluna.
Y así siempre. Porque en el Universo hay lugar para todos. Porque en el tiempo caben el día y la noche, las cuatro estaciones, el Sol, la Luna y todos los hombres del mundo. Porque los altos y los bajitos, los flacos y los gorditos, los guapos y los que no lo son tanto… todos tienen algo que hacer, algo en que pensar, alguien a quién querer para poder ser. Se llamen Girasoles o Giralunas.

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