martes, 18 de enero de 2022

Los dos remos

A orillas de un gran río entre montañas, un viejo barquero esperaba con su barca a la gente para trasladarla a la otra orilla. Era persona de pocas palabras, pero en su rostro se reflejaba algo de la majestad de las montañas y de la trasparencia del agua del gran río.
Un día llegó un joven perdido por aquel valle, acostumbrado al asfalto y al ruido de la ciudad. Y pidió al viejo barquero que lo llevara con su barca a la otra orilla. El aceptó, sin decir una palabra, y se puso a remar. Mientras avanzaban a la mitad del trayecto, el joven, siempre curioso, se dio cuenta de que en uno de los remos se podía leer “Dios...” (el roce diario de los remos había ido borrando otras letras).
Molesto el joven por la palabra Dios, que le parecía pasada de moda, empezó a decir:
- “Hoy el ser humano con su razón ha descubierto los secretos del mundo y de la vida... Me sobra Dios”.
El anciano calló. Tomó el remo en el que estaba escrita la palabra Dios lo dejó en la barca y continuó remando sólo con el otro, en el que estaba la palabra Yo.
Naturalmente la barca no siguió adelante, sino que comenzó a dar vueltas sobre sí misma en aquel pequeño círculo en el que se movía iba a ser arrastrada por la corriente.
El joven quedó pensativo... El viejo barquero interrumpió su silencio:
- “Necesitamos de Dios y de los demás”; que es la palabra ya casi borrada, desgastada por la rutina diaria. Y sé que él y ellos cuentan conmigo, como lo has hecho tú, joven amigo. Y mirando al horizonte añadió: Algo más he descubierto: que Dios y los demás van inseparablemente unidos.
Y tomando nuevamente el remo en el que se leía Dios, siguió remando y acompañando al joven a la otra orilla.

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