sábado, 31 de diciembre de 2022

El árbol de manzanas

Hace muchos años existió un árbol de manzanas donde un niño pequeño solía jugar. Él le tenía un gran amor, pues podía treparlo, le daba sombra y alimento. Pero, pasó del tiempo, el pequeño creció y nunca volvió a jugar alrededor del enorme árbol. Un día, el muchacho regresó y escuchó que el árbol le decía:
– Estoy muy triste, juega conmigo.
– Ya no soy el mismo niño que solía jugar en el árbol, le respondió el muchacho. Ahora quiero juguetes y necesito dinero para comprarlos.
– Lo siento -dijo el árbol-. No tengo dinero, pero puedes tomar mis manzanas y venderlas. De esta manera tendrás dinero para tus juguetes.
El muchacho se sintió muy feliz, cortó las manzanas, las vendió y obtuvo dinero. Entonces, el árbol fue feliz de nuevo. Pero el muchacho no volvió después de vender las manzanas, por lo que el árbol volvió a estar triste. Tiempo después, el muchacho -ahora todo un hombre- regresó y el árbol se alegró de verlo. Le dijo:
– ¿Vienes a jugar conmigo?
– No tengo tiempo para jugar -le contestó- debo trabajar para mi familia, pues necesito una casa para mi esposa e hijos. ¿Podrías ayudarme?
– No tengo una casa para ti, respondió el árbol, pero puedes cortar mis ramas y construir una con mi madera
El hombre cortó todas las ramas del árbol y, a pesar del sacrificio, esto hizo feliz al árbol. Sin embargo, después de haber construido su casa, el hombre no volvió y el árbol volvió a sentirse triste y solitario.
Un cálido día de verano el hombre regresó y el árbol preguntó con alegría:
– ¿Jugarás conmigo?
– No. Estoy triste pues me estoy volviendo viejo. Quiero un bote para navegar y descansar. ¿Podrías darme uno?
El árbol contestó:
– No tengo un bote, pero puedes usar mi tronco para construir uno y así puedas navegar y ser feliz.
El hombre cortó el tronco y construyó su bote donde navegó durante largo tiempo. Después de muchos años, finalmente regresó con el árbol, pero este, preocupado, le dijo:
– Lo siento, ya no tengo nada que darte. No puedo darte sombra, ni manzanas, ni madera.
El hombre respondió:
– Ya no tengo dientes para morder ni fuerza para escalar. También estoy viejo.
– Realmente no puedo darte nada -dijo el árbol con tristeza en sus palabras-. Lo único que me queda son mis raíces.
– No necesito mucho ahora, solo un lugar para descansar -contestó el hombre-. Las viejas raíces de un árbol son el mejor lugar para recostarse después de tantos años.
El hombre se sentó junto a las raíces del árbol, y el árbol volvió a ser feliz.
Moraleja: Esta podría ser la historia de todos nosotros. El árbol son nuestros padres. Cuando somos jóvenes, amamos a papá y mamá, y jugamos con ellos. Cuando crecemos, solemos olvidarlos y solo nos acordamos de ellos cuando necesitamos algo o tenemos problemas. Pero no importa lo que nos agobie, ellos siempre están allí para darnos todo lo que puedan y hacernos felices. Quizás hayas pensado que el muchacho de la historia fue cruel contra el árbol, pero así somos muchos de nosotros. Valoremos a nuestros padres mientras los tenemos a nuestro lado, y si ya no están en este mundo, haz que la calidez de su amor viva siempre en tu corazón

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