sábado, 23 de septiembre de 2023

El convicto liberado

Cada año, con motivo de las fiestas de aniversario de su coronación, el rey de un pequeño condado liberaba a un prisionero. Cuando cumplió 25 años como monarca, él mismo quiso ir a la prisión acompañado de su Primer Ministro y toda la corte para decidir cuál prisionero iba a liberar.
– «Majestad, dijo el primero, yo soy inocente pues un enemigo me acusó falsamente y por eso estoy en la cárcel».
– «A mí, añadió otro, me confundieron con un asesino pero yo jamás he matado a nadie».
– «El juez me condenó injustamente», dijo un tercero.
Y así, todos y cada uno manifestaba al rey porque razones merecían precisamente la gracia de ser liberados.
Había un hombre en un rincón que no se acercaba y que, por el contrario, permanecía callado y algo distraído. Entonces, el rey le preguntó:
– «Tu, ¿por que estás aquí?
– «Porque maté a un hombre majestad, yo soy un asesino», contestó el hombre
– «¿Y por qué lo mataste?», inquirió el monarca.
– «Porque estaba muy violento en esos momentos», contestó el recluso.
– «¿Y por qué te violentaste?», continuó el rey.
– «Porque no tengo dominio sobre mi ira»
Pasó un momento de silencio mientras el rey decidía a quien liberaría. Entonces tomó el cetro y dijo al asesino que acaba de interrogar:
– «Tú sales de la cárcel».
– Pero majestad, replicó el Primer Ministro, ¿acaso no parecen más justos cualquiera de los otros?
– «Precisamente por eso, respondió el rey, saco a este malvado de la cárcel para que no eche a perder a todos los demás que parecen tan buenos.»

REFLEXIÓN: El único pecado que no puede ser perdonado es el que no reconocemos. Es necesario confesar que somos pecadores y no tan buenos como muchas veces tratamos de aparentar.

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