Había dos piedrecitas que vivían en medio de otras en el lecho de un torrente de agua. Ellas se distinguían entre todas porque eran de un intenso color azul. Cuando les llegaba el sol, brillaban como dos pedacitos de cielo caídos al agua. Las piedrecitas azules conversaban sobre lo que llegarían a ser cuando alguien las descubriera:
– “¡Acabaremos en la corona de una reina!”, se
decían emocionadas.
Un día por fin fueron recogidas por una mano
humana. Por algún tiempo estuvieron sofocándose en diversas cajas. Un día, alguien
las tomó y las oprimió contra una pared, junto a otras piedras,
introduciéndolas en un lecho de cemento húmedo. Lloraron, suplicaron,
insultaron, amenazaron, pero dos fuertes golpes de martillo las hundieron
todavía más en aquella prisión de cemento. A partir de entonces solo pensaban
en huir.
Trabaron amistad con un hilo de agua que de
cuando en cuando corría por encima de ellas. Un día, las piedrecitas le
pidieron:
– “Fíltrate por debajo de nosotras y arráncanos
de está pared”.
Así lo hizo el hilo de agua y al cabo de unos
meses las piedrecitas ya bailaban un poco en su lecho.
Finalmente, en una noche húmeda, las dos piedrecitas
cayeron al suelo y, yaciendo por tierra, echaron una mirada a lo que había sido
su prisión. La luz de la luna iluminaba un espléndido mosaico. Había miles de
piedritas de oro y de colores brillantes; rojos, púrpuras, anaranjados, turquesas,
verdes, amarillos… todas juntas formaban la figura de Cristo. Pero en el rostro
del Señor había algo raro. ¡Estaba ciego! Sus ojos carecían del iris.
Entonces las dos piedritas comprendieron. ¡Eran
ellas los ojos de Cristo! Por la mañana, un sacristán distraído tropezó con algo
extraño en el suelo. En la penumbra pasó la escoba y las echó al cubo de basura.
Esta historia nos recuerda que Cristo tiene un
plan maravilloso para cada uno de nosotros. A veces no lo entendemos y, por
hacer nuestra propia voluntad, malogramos lo que Él había trazado para
nosotros. Hoy quiero revelarte un gran secreto, ¡tú también eres los ojos de
Cristo… y Él te necesita para mirar con amor a cada persona que se acerca a tu
vida!
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