Érase una vez un hombre tan piadoso que
hasta los ángeles se alegraban viéndolo.
Su santidad consistía en que no tenía
en cuenta el pasado de los demás, sino que tomaba a todo el mundo tal como era
en ese momento, fijándose, por encima de la apariencia de cada persona, en lo
más profundo de su ser. Un día le dijo un ángel:
— «Dios
me ha enviado a ti. Pide lo que desees y te será concedido. ¿Deseas, tal vez,
tener el don de curar?»
— «No respondió
el hombre, preferiría que fuera el propio Díos quien lo hiciera.»
— «Entonces,
¿qué es lo que deseas?, preguntó el ángel.
— «La
gracia de Díos, respondió él. Teniendo
eso no deseo tener nada más.»
— «No
le dijo el ángel, tienes que
pedir algún milagro; de lo contrario, se te concederá cualquiera de ellos, no
sé cuál...»
— «Está
bien; si es así, pediré lo siguiente: deseo que se haga el bien a través de mí
sin que yo me dé cuenta.»
Por el contrario
Me encanta servirte... pero insisto en que
me lo agradezcas
Una enjoyada señora salió, a altas horas
de la noche, de un elegante hotel de Londres donde había cenado y asistido a
un «baile de caridad» a beneficio
de los niños abandonados.
Estaba a punto de subir a su «Rolls Royce»
cuando un andrajoso pilluelo se le acercó suplicante:
— «Por
caridad, señora, déme una limosna. Llevo dos días sin comer...».
La duquesa le rechazó con un gesto y le
dijo:
— «¡Desagradecido
tunante! ¿No te das cuenta de que he estado bailando para ti toda la noche?».
¿Qué es la vida sin amor? ¿Qué es el amor sin vida? ¿Qué es el hombre sin amor?
¿Qué es el amor sin nombre? ¿Qué es un río sin agua? ¿Qué soy yo sin el amor de los demás?
¿Cómo cambiarás el mundo, si tú mismo no quieres cambiar?
¿Cómo podrás tú amar, si te han matado el sentimiento? ¿Cómo podrás alegrarte, si eres incapaz de llorar?
Los cambios han de empezar por ti. Y por mí
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