Había
un viejo juez árabe que era famoso por su sagacidad. Un día, acudió a él un
tendero quejándose de que le habían robado en la tienda, pero que no había forma
de atrapar al ladrón.
El
juez ordenó que sacaran de sus goznes la puerta de la tienda, la llevaran a la
plaza del mercado y le administraran cincuenta latigazos por no haber cumplido
con su obligación de impedir la entrada al ladrón.
Se
reunió una gran multitud en la plaza para asistir a la ejecución de tan extraña
sentencia. Una vez administrados los cincuenta latigazos, el juez se inclinó
hacia la puerta y le preguntó quién era el ladrón. Luego aplicó su oído a la puerta
para escuchar lo que ésta tuviera que decir.
Cuando
volvió a incorporarse, anunció:
-
«La puerta declara que el robo ha sido cometido por un hombre que tenía una telaraña
en lo alto de su turbante».
Al
instante, un individuo que se hallaba entre la multitud se llevó una mano al turbante.
Registraron su casa y se recuperó lo que había sido robado.
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