viernes, 29 de diciembre de 2023

¡Mi familia, ha llegado!

Mi padre, siempre quiso que toda la familia, al menos el día de Navidad, estuviéramos juntos y por eso siempre nos decía, que dividiéramos las fechas. Que los que ya estaban casados, pasaran la fiesta del Año Nuevo en casa de sus suegros y que los solteros, la pasáramos con los amigos.
Lo único que nos pedía era que la Navidad la pasáramos con él y con mi madre. ¡Nunca lo pudimos cumplir!
Mis hermanos ya casados, nunca pudieron. Siempre alegaban que la casa de mis padres estaba muy lejos de sus domicilios, que hacía mucho frío, que había nevado, en fin, siempre excusas.
Los solteros preferíamos salir con los amigos para divertirnos y beber. ¡Siempre preferimos estar con otras personas, antes que con nuestros padres!
Nuestras atenciones y afectos siempre fueron para otras personas.
Una noche de diciembre, mi hermano mayor nos convocó a todos los demás, para celebrar juntos la Navidad y pasar más tiempo con nuestros padres, ya que nunca desde que se casaron los mayores, habíamos pasado una Navidad todos juntos.
Todos estuvimos de acuerdo en que pasaríamos la Navidad, en casa de mis padres.
Al enterarse mis padres se pusieron muy felices. Mi padre le dijo a mi madre, que preparara una gran cena. En casa todo era felicidad. Mi padre se acercó y me dijo:
-- Estoy muy feliz, hijo, porque por fin voy a tener a todos sentados en la mesa de nuestra casa, como cuando erais pequeños. Quiero ver a mi hijo mayor sentado a mi derecha y a ti a mi izquierda por ser el más pequeño.
Tu madre estará en el extremo opuesto junto a tus hermanas.
Estaba tan feliz y emocionado que me dio un abrazo tan lleno de amor que casi se me saltan las lágrimas.
Todo estaba listo. Eran las 19 horas y les dije a mis padres:
-- Voy a salir para comunicar a mis amigos que no pasaría Navidad con ellos, sino con mi familia.
-- Haces bien hijo, -dijo mi padre- para que no te estén esperando. Y me dio una palmada en el hombro, mientras sonreía.
El brindis con mis amigos se fue alargando hasta casi la media noche. Yo no hacía más que pensar que mis hermanos y hermanas ya estarían en casa junto a mis padres, esperándome para empezar.
Por fin con un fuerte sentimiento de culpa por no haberme ido antes, me retiré sin despedirme de mis amigos. Presentía que recibiría algún reproche por parte de mis hermanos y que todos estarían enfadados conmigo.
Cuando llegue a casa no se oían voces, ni cantos, ni risas, pensé que por estar fría la noche se encontrarían en el interior de la casa con mis padres, así que entré intentando ser discreto, pensando que si me preguntaban les diría que me había quedado dormido.
Cuando abrí la puerta no oí ningún ruido, sólo escuché la conversación de mi padre con una voz rota por el llanto diciéndole a mi madre:
-- No ha venido nadie, ni siquiera el menor de nuestros hijos que vive con nosotros, está aquí. ¿Qué hemos hecho con nuestros hijos que no quieren pasar con nosotros una noche tan especial? Somos sus padres, esta casa la construimos para ellos con todo nuestro amor, esfuerzo y trabajo. ¿Por qué no nos pueden dedicar un día? Si nosotros les dedicamos a ellos toda nuestra vida.
Se notaba mucha tristeza en sus palabras. En ese momento no tuve valor para acercarme. Seguí oyendo a mi madre que le contestó con unas palabras que aún retumban en mis oídos:
-- No te preocupes, los padres tenemos que entender que sólo estamos en el pensamiento de nuestros hijos cuando son pequeños. Pero cuando crecen, ese pensamiento lo ocupan en otras cosas, como el colegio, sus tareas, la diversión, sus amigos, las fiestas y después en el noviazgo, el trabajo, la esposa y sus propios hijos. Sus ocupaciones y preocupaciones son otras y nosotros no somos parte de ellas. Quédate tranquilo, todo lo que hicimos y les dimos fue por amor. ¿Tú crees que van a preferir pasar la noche de Navidad con un par de viejos que ya no pueden bailar, que ya no tienen gracia ni para hacerles reír y que se quejan por todo? ¡Anda, anímate...! ¡Mira, voy a poner los diez platos sobre la mesa y a medida que vayan llegando les iremos sirviendo!... ¡Quieres ayudarme?
Un enorme nudo se me puso en la garganta, me sentí tan desagradecido, tan mal hijo, tan avergonzado, ¿Cuánto tiempo le he dedicado a otras personas y actividades nada importantes comparadas con mis padres? ¿Cuántas veces he dejado de abrazarlos, besarlos y decirles cuánto les quiero?
Salí de donde estaba, abracé a mi padre y le pedí perdón, luego fui con mi madre, besé sus manos y me arrodillé, ella me acariciaba la cabeza mientras mi padre se secaba las lágrimas y dándome la mano me sentó a su derecha y dijo:
-- No es necesario que estén todos, uno solo representa a los demás. “Vieja”, sirve la cena. ¡Que nuestra familia ha llegado!

“Aprovecha a tus padres en vida. No los descuides, por lo menos no dejes de estar con ellos y poder abrazarlos y decirles que les amas y les agradeces por todo lo que han hecho por ti”

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