J. L. Martín Descalzo
Aquella
tarde a Gabriela -uno de los pequeños personajes de una novela de Gerard
Bessiere- le preguntó su amigo Jacinto:
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¿Qué has hecho hoy en la escuela?
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He hecho un milagro, respondió la niña.
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¿Un milagro? ¿Cómo?
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Fue en el catecismo.
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¿Y cómo hiciste el milagro?
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Tenemos como profesora a una señorita que está muy enferma. No puede hacer nada
ella sola, sólo hablar y reír.
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¿Y qué pasó?
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La señorita hablaba de los milagros de Jesús. Y los niños dijeron: No es verdad
que haya milagros. Porque si los hubiera, Dios te hubiera curado a ti.
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Y ella, ¿qué dijo?
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Dijo: Sí, Dios hace también milagros para mi. Y los niños dijeron: ¿Qué milagro
ha hecho?
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¿Y entonces?
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Entonces ella dijo: Mi milagro sois vosotros. ¿Por qué?, le preguntamos. Y ella
dijo: Porque me lleváis los miércoles a pasear, empujando mi carrito de ruedas.
¿Lo
ves? Hacemos milagros todos los miércoles por la tarde. La señorita dijo también
que habría muchos más milagros si la gente quisiera hacerlos.
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¿Te gusta a ti hacer milagros?
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Si. Tengo ganas de hacer un montón. Primero pequeños. Cuando sea mayor voy a hacer
milagros grandes.
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¿Todos los miércoles?
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Quiero hacerlos todos los días, toda la vida.
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¿No te parece que la vida es también un milagro?
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No -dijo Gabriela-. La vida es para hacer milagros.
Gabriela
tiene razón, la vida es para hacer milagros, los miércoles, y los jueves, y los
domingos. La vida no es para sentarse esperando que Dios resuelva nuestros
problemas, sino para empezar a hacer ese milagro pequeñito que Él puso ya en,
nuestras manos, el milagro de querernos y ayudarnos.
Y
el milagro de amar pueden hacerlo todos, niños y grandes, pobres y ricos, sanos
y enfermos. Fijaos bien, a una persona pueden privarle de todo menos de una cosa:
de su capacidad de amar.
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