martes, 16 de junio de 2020

La gratitud


Al final de una tarde fría, recibí la visita inesperada de mis dos hijos. Uno es médico, el otro ingeniero. Ambos con mucho éxito en sus profesiones.
Tengo que decir que hace menos de una semana sufrí la muerte de mi amada esposa. Todavía me siento abatido por la pérdida que cambió el rumbo y el sentido de la vida para mí.
Sentados en la mesa de la sala de una casa sencilla y simple, donde vivo ahora solo, empezamos a hablar. El tema era sobre mi futuro. Un frío me recorre la espalda. Pronto ellos tratan de convencerme de que lo mejor para mí es vivir en una Residencia para ancianos.
Reacciono... Argumento que la sombra de la soledad no me asusta y la vejez, mucho menos. Pero mis hijos insisten "preocupados" (?) Lamentan, mientras tanto, que las habitaciones de sus amplios apartamentos junto al mar estén ocupadas y por lo tanto yo no pueda estar ni con uno, ni con otro... así dicen ellos. Además, mis hijos y mis nueras viven muy ocupados. Así que no tendrían como atenderme. Eso sin contar con mis nietos, estudian casi todo el día, es imposible.
En mi favor, argumento ya sin mucha convicción que, en ese caso, ellos bien podrían ayudarme a pagar una cuidadora. Frente a mí, el médico y el ingeniero dicen que serían necesarias, en realidad, "tres cuidadoras en tres turnos y todas con su sueldo". Lo que sería, en tiempos de crisis, una pequeña fortuna al final de cada mes.
Me niego a aceptar la propuesta de vivir en un refugio. Y aquí viene otra sugerencia: me piden que debo vender la casa. El dinero servirá para pagar los gastos de la Residencia a donde iré por un buen tiempo, para que nadie se preocupe. Ni ellos, ni yo.
Me rindo a los argumentos por no tener más fuerzas para enfrentar tanta ingratitud y frialdad. Cerré mis labios y no quise hablar del sacrificio que hice durante toda mi vida para pagar los estudios de ambos. No les digo que dejé de ir de vacaciones con la familia, de frecuentar buenos restaurantes, de ir a un teatro o cambiar de coche para que nada les faltara a ellos. No vale la pena alegar tales hechos a esa altura de la conversación. Por eso, sin decir una sola palabra, decidí juntar mis pertenencias. En poco tiempo, veo toda una vida resumida en dos maletas. Con ellas, me embarco hacia otra realidad, mucho más dura. Un hogar para ancianos, lejos de los hijos y los nietos.
Hoy, en los brazos de la soledad, reconozco que pude enseñar valores morales a mis hijos. Pero no pude transmitir a ninguno de los dos una virtud llamada gratitud.
Siempre les estamos dando lo que quieren o piden, cuando debemos enseñarles que deben "ganárselo". ¿Cómo?, trabajando con esfuerzo, ayudando a limpiar la casa, cocinar, lavar platos, etc., para que cuando lleguen a adultos sepan que las cosas se consiguen con esfuerzo y sean responsables y agradecidos, quieran más a sus padres por haberles enseñado a ser buenos hijos.
La juventud actual te busca cuando quiere algo, cuando te necesita, pero también hay sus excepciones.
La gratitud hay que forjarla, no viene incluida en el corazón de los humanos, a no ser que se le haya inculcado amor y temor a Dios primeramente.
He dicho lo que pienso, pero debes saber que cuando llegues a ser "viejo" querrás ser bien tratado por tus hijos y nietos y eso no se consigue con dinero sino con la bondad sembrada en sus corazones.

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