domingo, 4 de abril de 2021

El operador del puente

Había una vez un puente que atravesaba un gran río. Durante la mayor parte del día, el puente permanecía con ambos carriles en posición vertical de manera que los barcos pudiesen navegar libremente por el río. Pero a determinada hora, los carriles bajaban colocándose en forma horizontal a fin de que algunos trenes pudiesen cruzar el río.
Un hombre era el encargado de operar los controles del puente, y lo hacía desde una pequeña cabaña que estaba junto al río. Una noche, el operador estaba esperando el último tren para activar los controles y poner al puente en posición horizontal; vio a lo lejos las luces del tren y esperó hasta que estuviese a una distancia prudente para bajar los carriles del puente. Cuando advirtió la cercanía del tren, se dirigió a la cabina de control donde horrorizado descubrió que los controles no funcionaban correctamente y que el seguro que sujetaba la unión entre los carriles ya colocados en forma horizontal se estropeó.
Existía el peligro de que con el peso del tren, el puente no podría mantenerse firme pues los carriles se tambalearían, ocasionando que el tren se precipitara al río.
El tren de la noche trae muchos pasajeros abordo por lo que muchas personas perecerían inmediatamente en el accidente. Habría que hacer algo. El operador abandonó rápidamente la cabina de control, cruzó el puente para dirigirse al otro lado del río donde había un interruptor para accionar una palanca manualmente para sostener los dos carriles del puente. El operador tendría que bajar la palanca y tenerla en dicha posición con fuerza hasta que el tren cruce el puente. Muchas vidas dependían de la fuerza de este hombre.
Fue entonces cuando escuchó una voz que provenía cerca de la cabina de controles y que hizo que se le helara la sangre. "Papi, ¿donde estás?", escuchó repetidas veces. Su hijo de tan sólo cuatro años de edad estaba cruzando el puente para buscarlo. Su primer impulso fue gritar "corre, corre" pero se dio cuenta que las diminutas piernas de su pequeño jamás podrían cruzar el puente antes de que el tren llegase. El operador casi suelta la palanca para correr tras su hijo y ponerlo a salvo, pero no tendría suficiente tiempo para regresar y sostener la palanca. Tenía que tomar una decisión: o la vida de su hijo o la vida de todas aquellas personas que viajaban en el tren. La velocidad con que venía el tren evitó que los pasajeros se diesen cuenta del diminuto cuerpo de un niño que había sido golpeado y arrojado al río por el tren. Tampoco fueron conscientes de los sollozos y dolor de un hombre, aferrándose todavía a la palanca a pesar que el tren ya había cruzado y no era necesario que él estuviese ahí. Ni mucho menos vieron a ese hombre deambulando por el puente en dirección a su casa a decirle a su esposa que su único hijo había muerto brutalmente.
Ahora tu puedes comprender lo que le pasó al corazón de este hombre. Puedes comprender los sentimientos y el dolor de nuestro Padre del Cielo cuando sacrificó a su Hijo para construir ese puente que nos permitiese a todos sus hijos en la tierra obtener la vida eterna.
¿Cómo se sentirá Dios en el cielo cuando ve como nosotros corremos por la vida sin tener en cuenta el gran sacrificio de amor que Él hizo al enviarnos a su único Hijo para que muera por nuestra salvación?

Juan 3,16: Pues tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna…

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