La Cuaresma es mirar bien a Jesús, mirar su rostro,
aprenderse
sus rasgos de memoria, entrañarlos,
que
te sean naturales, que sean tuyos, parte de tu historia.
La Cuaresma es subir hasta el Tabor, hasta el
Calvario,
andar
desde el desierto hasta la Pascua, sin mirar hacia atrás,
y
sin perderse, superando el esfuerzo en la esperanza.
La Cuaresma es abrir toda tu casa, sucia, oscura,
dejar
pasar el viento que la limpia,
y
que entre todo el sol, iluminada, en vidriera radiante convertida.
La Cuaresma es escuchar la palabra poderosa,
que
es espada afiliada y es martillo, rasgue tu corazón y lo triture,
que
lo haga nuevo el Creador Espíritu.
La Cuaresma es suplicar por el fuego y por el agua
para apagar la sed,
que
el fuego se convierta en llama viva, y el agua sea inagotable río.
La Cuaresma es un salir al encuentro del hermano
y
ponerte enseguida a su servicio, descubrir esos rasgos que conoces,
tal
vez sean los rasgos de otro Cristo.
En
la Cuaresma es Jesucristo, con su fidelidad y entrega,
quien
nos enseña, siguiendo su ejemplo,
para
ser lo que Dios espera de nosotros. ¿Cómo?:
No
conquistando, sino acogiendo.
No
escalando, sino descendiendo.
No
dudando, sino creyendo.
No
rebelándose, sino sirviendo.
No
acaparando, sino compartiendo.
No
odiando, sino perdonando.
No
guerreando, sino pacificando.
No
quitando la vida, sino dándola.
Es
decir, amando, dejándose amar y viviendo el amor.
El
que ama se diviniza.
El
que da la vida por amor se convierte en otro Cristo.
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