viernes, 23 de noviembre de 2018

La taza vacía

Un importante catedrático universitario se encontraba muy bajo de ánimo: se sentía ansioso, infeliz y si bien creía ciegamente en la superioridad que su saber le proporcionaba, no estaba en paz consigo mismo ni con los demás. Su infelicidad era tan profunda como grande era su vanidad. En un momento de humildad había sido capaz de escuchar a alguien que le sugería aprender a meditar como remedio a su angustia.
En su región vivía un excelente maestro espiritual y el profesor decidió visitarle para pedirle que le aceptara como discípulo. Una vez llegado a la morada del maestro, el profesor se sentó en la humilde sala de espera y miró alrededor con una clara -aunque para él imperceptible- actitud de superioridad. La habitación estaba casi vacía y los pocos adornos enviaban mensajes de armonía y paz. El lujo y toda ostentación estaban ausentes.
Cuando el maestro pudo recibirle y tras las presentaciones debidas, el maestro le dijo:
- Permítame invitarle a una taza de té antes de empezar a conversar.
El catedrático asintió disconforme. En unos minutos el té estaba listo.
Sosegadamente, el maestro sacó las tazas y las colocó en la mesa y sirvió el té en la taza del huésped. La taza se llenó, pero el maestro sin perder su amable y cortés actitud, siguió vertiendo el té. El líquido rebosó derramándose por la mesa y el profesor, que ya había sobrepasado el límite de su paciencia, estalló airadamente tronando así:
- ¡Necio! ¿Acaso no ves que la taza está llena y que no cabe nada más en ella?.
Sin perder su serenidad, el maestro contestó:
- Por supuesto que lo veo, de la misma manera veo que no puedo enseñarte a meditar. Tu mente ya está también llena.

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