sábado, 23 de marzo de 2019

Dios es invisible


                    Paulo Coelho

Cuando Ketu cumplió 12 años, fue enviado a un maestro, con el cual estudió hasta que cumplió 24. Al terminar su aprendizaje, volvió a su casa lleno de orgullo.
Su padre le dijo:
 - ¿Cómo podemos conocer aquello que no vemos? ¿Cómo podemos saber que Dios, el Todopoderoso, está en todas partes?
El chico comenzó a recitar las Escrituras Sagradas, pero su padre lo interrumpió:
- Esto es muy complicado. ¿No existe una forma más simple de aprender sobre la existencia de Dios?
- No, que yo sepa, padre mío. Hoy en día soy un hombre culto y necesito de esa cultura para explicar los misterios de la sabiduría divina.
- He perdido mi tiempo y mi dinero enviando a mi hijo al monasterio -se quejó el padre.
Y, cogiendo a Ketu por las manos, lo llevó a la cocina. Allí llenó una vasija con agua y mezcló un poco de sal. Después salieron a pasear.
Cuando volvieron a casa, el padre pidió a Ketu:
- Trae la sal que coloqué en la vasija.
Ketu buscó la sal, pero no la encontró, pues ya se había disuelto en el agua.
- Entonces, hijo, ¿ya no ves la sal? -preguntó el padre.
- No. La sal se ha vuelto invisible.
- Prueba, entonces, un poco de agua de la superficie de la vasija. ¿Cómo está?
- Salada.
- Prueba un poco del agua del medio. ¿Cómo está?
- Tan salada como la de la superficie.
- Ahora prueba el agua del fondo de la vasija y dime qué gusto tiene.
Ketu la probó y el gusto era el mismo que antes.
- Has estudiado tantos años y no consigues explicar con simplicidad cómo Dios es invisible y está en todas partes -dijo el padre. Usando una vasija de agua y llamando `sal´ a Dios, yo podría hacer entender eso a cualquier campesino. Por favor, hijo mío, olvida la sabiduría que nos aleja de los hombres y vuelve a procurar la inspiración que nos aproxima.

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