Sucedió un día que estaba con mi hija en el
zoológico. Vi a una abuelita con su nieta, cuyo rostro estaba salpicado de
pecas rojas y brillantes. Los niños estaban esperando en una fila para que un
artista pintase sus caritas con patitas de tigre.
- Tú tienes tantas pecas que él no va a tener
donde pintar – le gritó un niño de la fila en tono burlón.
Sin reírle la gracia, la niña bajó su cabecita. La abuelita se agachó y le dijo:
Sin reírle la gracia, la niña bajó su cabecita. La abuelita se agachó y le dijo:
- Adoro tus pecas.
- ¡Pero yo las detesto! –respondió.
- Cuando yo era niña, siempre quise tener pecas –le dijo, pasando el dedo por la cara de la nieta– ¡las pecas son tan bonitas!
La niña levantó el rostro:
- ¿Tú crees que lo son?
- Claro, dijo la abuelita. ¿Quieres ver? Dime una cosa más bonita que las pecas.
La pequeña, mirando el rostro sonriente de la abuelita, respondió:
- ¡Las arrugas!
Aquel momento me enseñó para siempre que si vemos a los otros con los ojos llenos de amor, sólo veremos belleza en ellos porque el cariño tornará invisible cualquiera de sus defectos.
- ¡Pero yo las detesto! –respondió.
- Cuando yo era niña, siempre quise tener pecas –le dijo, pasando el dedo por la cara de la nieta– ¡las pecas son tan bonitas!
La niña levantó el rostro:
- ¿Tú crees que lo son?
- Claro, dijo la abuelita. ¿Quieres ver? Dime una cosa más bonita que las pecas.
La pequeña, mirando el rostro sonriente de la abuelita, respondió:
- ¡Las arrugas!
Aquel momento me enseñó para siempre que si vemos a los otros con los ojos llenos de amor, sólo veremos belleza en ellos porque el cariño tornará invisible cualquiera de sus defectos.
“Las arrugas indican donde estuvieron las
sonrisas” (Mark Twain)
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