martes, 14 de mayo de 2019

El suplente del equipo


Un muchacho vivía solo con su padre; ambos tenían una relación extraordinaria y muy especial.
El joven pertenecía al equipo de fútbol de su colegio, pero normalmente no tenía oportunidad de jugar; bueno, casi nunca. Sin embargo, su padre acudía siempre a las gradas haciéndole compañía.
El joven era el más bajo de su clase; cuando comenzó secundaria, insistió en participar en el equipo de fútbol del colegio; su padre siempre le orientaba y le explicaba claramente que «él no tenía que jugar a fútbol si no lo deseaba en realidad». Pero al joven le gustaba el fútbol, no faltaba a un entrenamiento ni a un partido, estaba decidido a dar lo mejor de sí, se sentía felizmente comprometido. Durante su Etapa de Secundaria lo conocían como el «calentador del banquillo» porque siempre permanecía sentado. Su padre, con su espíritu de luchador, siempre estaba en las gradas haciéndole compañía, con palabras de aliento era el mejor apoyo que hijo alguno podría esperar.
Cuando comenzó la universidad, intentó entrar al equipo de fútbol; todos estaban seguros que no lo lograría, pero superó las pruebas y entró en el equipo. El entrenador le dio la noticia, admitiendo que lo había aceptado al ver cómo entregaba su corazón y su alma en cada uno de los entrenamientos y, al mismo tiempo, el entusiasmo perfecto que les daba a los demás miembros del equipo. La noticia le llenó de alegría; corrió al teléfono más cercano y llamó a su padre, quien compartió con él la emoción. Le enviaba, todas las temporadas, las entradas para que asistiera a los partidos de la universidad.
El joven era muy persistente: nunca faltó a un entrenamiento ni a un partido durante los cuatro años de la universidad, y nunca tuvo la oportunidad de jugar de titular en ningún partido. Era el final de la temporada, y justo unos minutos antes de que comenzara el partido recibió un telegrama.
El joven lo leyó y lo guardó en silencio; temblando, le dijo al entrenador:
- ¡Mi padre murió esta mañana! ¿No hay problema de que falte al partido hoy?
El entrenador le abrazó, y le dijo:
- ¡Tómate el resto de la semana libre, hijo! Y no se te ocurra venir el sábado.
Llegó el sábado y el partido no estaba muy bien; en el tercer cuarto, cuando el equipo tenía diez puntos de desventaja, el joven entró al vestuario y, calladamente, se colocó el uniforme y corrió hacia donde estaba el entrenador y su equipo, quienes estaban impresionados al ver a su luchador compañero de regreso.
- Entrenador, por favor, permítame jugar... ¡tengo que jugar hoy!, imploró el joven.
El entrenador no quería escucharle; de ninguna manera podía permitir que su peor jugador entrara en el último partido de las eliminatorias. Pero el joven insistió tanto, que finalmente el entrenador, sintiendo lástima, lo aceptó:
- ¡De acuerdo, hijo, puedes entrar! El campo es todo tuyo.
Minutos después, el entrenador, el equipo y el público no podían creer lo que estaban viendo. El pequeño desconocido, que nunca había participado en un partido, estaba haciendo todo perfectamente de manera brillante; nadie podía detenerlo en el campo, corría fácilmente como toda una estrella.
Su equipo comenzó a ganar puntos, hasta que empataron el partido. En los últimos segundos de cierre, el muchacho interceptó un pase y corrió todo el campo hasta ganar el punto definitivo.
La gente que estaba en las gradas gritaba emocionada, y su equipo lo llevaba a hombros por todo el campo. Finalmente, cuando todo terminó, el entrenador observó que el joven estaba sentado callado y solo en una esquina, se acercó y le dijo:
- Muchacho, no puedo creerlo; ¡estuviste fantástico! Dime, ¿cómo lo lograste?
El joven miró al entrenador, y le dijo:
- Usted sabe que mi padre murió... Pero ¿sabía que mi padre era ciego? -el joven hizo una pausa y trató de sonreír-. Mi padre asistía a todos mis partidos, pero hoy era la primera vez que él podría verme jugar... ¡y yo quise demostrarle que sí podía hacerlo!

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