10.
El
predicador estaba aquel día más elocuente que de costumbre, y todos, lo que se
dice todos, soltaron la lágrima. Bueno, no exactamente todos, porque en el primer
banco estaba sentado un caballero con la mirada fija en un punto delante de sí,
totalmente insensible al sermón.
Concluido
el servicio, alguien le dijo:
-
“Ha escuchado usted el sermón, ¿no es cierto?”
-
“Por supuesto, respondió fríamente el caballero, no estoy sordo”.
-
“¿Y qué le ha parecido?”
-
“Tan emocionante que daban ganas de llorar”.
-
“¿Y por qué, si me permite preguntárselo, no ha llorado?”
-
“Porque no soy de esta parroquia”.
Un hombre fue al doctor y le dijo:
- “Doctor, me duele todo. Cuando me toco la
cabeza, me duele. Cuando me toco aquí, la panza, me duele. Si paso mi dedo por mi
rodilla, me duele; y lo mismo sobre mis pies. ¿Qué debo hacer? ¿Cómo puedo aliviar
este dolor?”
El doctor lo auscultó cuidadosamente y luego
le dijo:
- “Tu cuerpo no tiene nada. Es tu dedo el que
está roto”.
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